Schneeweißchen
und Rosenrot hielten das Hüttchen
der Mutter so reinlich, daß es eine
Freude war hineinzuschauen. Im Sommer besorgte
Rosenrot das Haus und stellte der Mutter
jeden Morgen, ehe sie aufwachte, einen
Blumenstrauß vors Bett, darin war
von jedem Bäumchen eine Rose. Im Winter
zündete Schneeweißchen das Feuer
an und hing den Kessel an den Feuerhaken,
und der Kessel war von Messing, glänzte
aber wie Gold, so rein war er gescheuert.
Abends, wenn die Flocken fielen, sagte
die Mutter: »Geh, Schneeweißchen,
und schieb den Riegel vor«, und dann
setzten sie sich an den Herd, und die Mutter
nahm die Brille und las aus einem großen
Buche vor und die beiden Mädchen hörten
zu, saßen und spannen; neben ihnen
lag ein Lämmchen auf dem Boden, und
hinter ihnen auf einer Stange saß ein
weißes Täubchen und hatte seinen
Kopf unter den Flügel gesteckt.
Blancanieve
y Rojaflor tenían la choza de su madre
tan limpia y aseada, que era una gloria verla.
En verano, Rojaflor llevaba la casa, y todas
las mañanas, antes de que se despertase
su madre, le ponía un ramo de flores
frente a la cama; y siempre había una
rosa de cada rosal.
En invierno, Blancanieve encendía el
fuego y suspendía el caldero de las
llares; y el caldero, que era de latón,
relucía como oro puro, de limpio y
bruñido que estaba. Al anochecer, cuando
nevaba, decía la madre
-Blancanieve, echa el cerrojo- y se sentaban
las tres junto al fuego, y la madre se ponía
los lentes y leía de un gran libro.
Las niñas escuchaban, hilando laboriosamente;
a su lado, en el suelo, yacía un corderillo,
y detrás, posada en una percha, una
palomita blanca dormía con la cabeza
bajo el ala.