Eines Abends,
als sie so vertraulich beisammensaßen,
klopfte jemand an die Türe, als wollte
er eingelassen sein. Die Mutter sprach:
»Geschwind, Rosenrot, mach auf, es
wird ein Wanderer sein, der Obdach sucht.«
Rosenrot ging und schob den Riegel weg und
dachte, es wäre ein armer Mann, aber
der war es nicht, es war ein Bär, der
seinen dicken schwarzen Kopf zur Türe
hereinstreckte. Rosenrot schrie laut und
sprang zurück; das Lämmchen blökte,
das Täubchen flatterte auf, und Schneeweißchen
versteckte sich hinter der Mutter Bett.
Der Bär aber fing an zu sprechen und
sagte: »Fürchtet euch nicht,
ich tue euch nichts zuleid, ich bin halb
erfroren und will mich nur ein wenig bei
euch wärmen.« »Du armer
Bär«, sprach die Mutter, »leg
dich ans Feuer und gib nur acht, daß
dir dein Pelz nicht brennt.« Dann
rief sie: »Schneeweißchen, Rosenrot,
kommt hervor, der Bär tut euch nichts,
er meint's ehrlich.« Da kamen sie
beide heran, und nach und nach näherten
sich auch das Lämmchen und Täubchen
und hatten keine Furcht vor ihm. Der Bär
sprach: »Ihr Kinder, klopft mir den
Schnee ein wenig aus dem Pelzwerk«,
und sie holten den Besen und kehrten dem
Bär das Fell rein; er aber streckte
sich ans Feuer und brummte ganz vergnügt
und behaglich. Nicht lange, so wurden sie
ganz vertraut und trieben Mutwillen mit
dem unbeholfenen Gast. Sie zausten ihm das
Fell mit den Händen, setzten ihre Füßchen
auf seinen Rücken und walgerten ihn
hin und her, oder sie nahmen eine Haselrute
und schlugen auf ihn los, und wenn er brummte,
so lachten sie. Der Bär ließ
sich's aber gerne gefallen, nur wenn sie's
gar zu arg machten, rief er:
»Laßt mich am Leben, ihr Kinder.
Schneeweißchen, Rosenrot,
schlägst dir den Freier tot.«
Durante
una velada en que se hallaban las tres así
reunidas, llamaron a la puerta.
La masre dijo
-abre, Rojaflor, será algún
caminante que busca refugio.- Rojaflor corrió
a descorrer el cerrojo, pensando que sería
un pobre hombre; pero era un oso, el cual
asomó por la puerta su gorda cabezota
negra.
Rojaflor dejó escapar un grito y retrocedió
de un salto; el corderillo se puso a balar,
y la palomita a batir de alas, mientras Blancanieve
se escondía detrás de la cama
de su madre. Pero el oso rompió a hablar
y dijo
-no temáis, no os haré ningún
daño. Estoy medio helado y sólo
deseo calentarme un poquitín.-
-¡Pobre oso!- exclamó la madre
- ¡échate junto al fuego y ten
cuidado de no quemarte la piel!-
Y luego, elevando la voz
- Blancanieve, Rojaflor, ¡salgad! que
el oso no os hará ningún mal;
lleva buenas intenciones.
Ambas se acercaron, y luego lo hicieron también,
paso a paso, el corderillo y la palomita,
pasado ya el susto.
E el oso
-niñas, sacudadme la nieve que llevo
en la piel- y ellas trajeron la escoba y lo
barrieron, dejándolo limpio, mientras
él, tendido al lado del fuego, gruñía
de satisfacción.
Al poco rato las niñas se habían
familiarizado con el torpe invitado y le hacían
mil diabluras: le tiraban del pelo, apoyaban
los piececitos en su espalda, lo zarandeaban
de un lado para otro, le pegaban con una vara
de avellano, y si él gruñía,
se echaban a reír.
El oso se sometía complaciente a sus
juegos, y si alguna vez sus amiguitas pasaban
un poco de la medida, exclamaba
-¡Dejadme vivir, nenas! Blancanieve,
Rosaflor,
es vuestro novio a quien matáis.