Als die
Störche an ihrer Mauerlücke dieses
hörten, kamen sie vor Freude beinahe
außer sich. Sie liefen auf ihren langen
Füßen so schnell dem Tore der
Ruine zu, daß die Eule kaum folgen
konnte. Dort sprach der Kalif gerührt
zu der Eule: »Retterin meines Lebens
und des Lebens meines Freundes, nimm zum
ewigen Dank für das, was du an uns
getan, mich zum Gemahl an!«
Dann aber wandte er sich nach Osten. Dreimal
bückten die Störche ihre langen
Hälse der Sonne entgegen, die soeben
hinter dem Gebirge heraufstieg:»Mutabor!«,
riefen sie, im Nu waren sie verwandelt,
und in der hohen Freude des neugeschenkten*
Lebens lagen Herr und Diener lachend und
weinend einander in den Armen.
Wer beschreibt aber ihr Erstaunen, als sie
sich umsahen? Eine schöne Dame, herrlich
geschmückt, stand vor ihnen. Lächelnd
gab sie dem Kalifen die Hand.
»Erkennt Ihr Eure Nachteule nicht
mehr?«, sagte sie. Sie war es; der
Kalif war von ihrer Schönheit und Anmut
so entzückt, daß er ausrief,
es sei sein größtes Glück,
daß er Storch geworden sei.
Die drei zogen nun miteinander auf Bagdad
zu. Der Kalif fand in seinen Kleidern nicht
nur die Dose mit Zauberpulver, sondern auch
seinen Geldbeutel.
Er kaufte daher im nächsten Dorfe,
was zu ihrer Reise nötig war, und so
kamen sie bald an die Tore von Bagdad. Dort
aber erregte die Ankunft des Kalifen großes
Erstaunen. Man hatte ihn für tot ausgegeben,
und das Volk war daher hocherfreut, seinen
geliebten Herrscher wiederzuhaben.
Al oír
esto, las cigüeñas desde su agujero
quedaron casi fuera de sí de alegría.
Con sus largas patas corrieron tan rápido
hacia la puerta de la ruina que la lechuza
apenas podía seguirlas. Ahí
el califa, emocionado, dijo a la lechuza
-salvadora de mi vida y de la vida de mi amigo,
acéptame como esposo en eterno agradecimiento
por lo que has hecho por nosotros.
Se volvió entonces hacia el Este. Las
cigüeñas dirigieron tres veces
sus largos cuellos hacia el sol, que precisamente
salía de las montañas.
-¡Mutabor!- exclamaron, y en
un abrir y cerrar de ojos se transformaron,
y en el colmo de la alegría por la
vida recién recobrada, amo y servidor
cayeron uno en los brazos del otro riendo
y llorando.
Pero ¿quién podría describir
su asombro cuando miraron a su alrededor?
Delante de ellos estaba una hermosa dama,
espléndidamente ataviada. Sonriendo,
dio la mano al califa.
-¿No reconocéis a vuestra lechuza?-
dijo.
Era ella; el califa estaba tan encantado de
su belleza y gracia, que exclamó que
su mayor felicidad era haberse convertido
en cigüeña.
Los tres se trasladaron a Bagdad. El califa
encontró en sus vestidos no sólo
la cajita con los polvos mágicos, sino
también su monedero.
En el pueblo más próximo compro
lo necesario para su viaje y pronto llegaron
a las puertas de Bagdad.
Ahí, la llegada del califa produjo
gran asombro. Le habían dado por muerto
y el pueblo se alegró muchísimo
de recobrar a su amado soberano.