Nun wurde
die alte Frau krank, und es hieß,
daß sie nicht mehr lange zu leben
hätte. Sie sollte sorgsam gepflegt
und gewartet werden, und niemand stand ihr
ja näher als Karen. Aber in der Stadt
war ein großer Ball, und Karen war
auch dazu eingeladen.
Sie schaute die alte Frau an, die ja doch
nicht wieder gesund wurde, sie schaute auf
die roten Schuhe, und das schien ihr keine
Sünde zu sein. – Da zog sie die
roten Schuhe an – das konnte sie wohl
auch ruhig tun! – aber dann ging sie
auf den Ball und fing an zu tanzen. Doch
als sie nach rechts wollte, tanzten die
Schuhe nach links, und als sie den Saal
hinauf tanzen wollte, tanzten die Schuhe
hinunter, die Treppe hinab, über den
Hof durch das Tor aus der Stadt hinaus.
Tanzen tat sie, und tanzen mußte sie,
mitten in den finsteren Wald hinein. Da
leuchtete es zwischen den Bäumen oben,
und sie glaubte, daß es der Mond wäre;
denn es sah aus wie ein Gesicht. Es war
jedoch der alte Soldat mit dem roten Barte.
Er nickte und sprach:»Sieh, was für
hübsche Tanzschuhe.«
Por aquellos
días la anciana cayó enferma
de gravedad. Era necesario atenderla y cuidarla
mucho, y no había nadie más
próxima que Karen para hacerlo. Pero
en la ciudad se daba un gran baile, y Karen
estaba también invitada.
Miró a la anciana, que no iba a recuperarse,
miró los zapatos rojos y resolvió
que no sería ningún pecado.
Se calzó, pues, los zapatos rojos,
- podía hacerlo sin preocuparse,
- pero después se fue al baile y
empezó a danzar.
Pero cuando quiso bailar hacia la derecha,
los zapatos la llevaron hacia la izquierda
y cuando quiso bailar hacia el fondo de
la sala, los zapatos la llevaron hacia abajo,
escaleras abajo, y, atravesando el patio
y saliendo por la puerta, hacia más
allá, fuera de la ciudad. Siguió
bailando y tuvo que bailar, hasta llegar
al bosque. Algo brillaba entre los árboles,
y le pareció que era la luna; pues
se pareció a un rostro. Pero era
el soldado viejo con la barba roja.
Meneó la cabeza y dijo
-¡mira, qué lindos zapatos
de baile.