Am nächsten
Sonntag war Abendmahl, und Karen sah die
schwarzen Schuhe an, dann die roten, –
und dann sah sie die roten wieder an und
zog sie an.
Es war herrlicher Sonnenschein; Karen und
die alte Dame gingen einen Weg durch das
Kornfeld; da stäubte es ein wenig.
An der Kirchentür stand ein alter Soldat
mit einem Krückstock und einem gewaltig
langen Barte, der war mehr rot als weiß,
er war sogar fuchsrot. Er verbeugte sich
tief bis zur Erde und fragte die alte Dame,
ob er ihre Schuhe abstäuben dürfe.
Und Karen streckte ihren kleinen Fuß
auch aus.
»Sieh, was für hübsche Tanzschuhe«,
sagte der Soldat, »sitzt fest, wenn
ihr tanzt.« Und dann schlug er mit
der Hand auf die Sohlen. Die alte Dame gab
dem Soldaten einen Schilling, und dann ging
sie mit Karen in die Kirche.
Pero
el domingo siguiente, fecha en que debía
recibir la comunión, Karen contempló
sus zapatos negros y luego los rojos, –
miró otra vez los rojos, y se los
puso. Era un hermoso día de sol.
Karen y la anciana señora iban por
un camino a través de un campo de
trigo, y era un sendero bastante polvoriento.
Junto a la puerta de la iglesia había
un soldado viejo con una muleta y una barba
muy larga que era más roja que blanca,
era rojo subido. Se inclinó casi
hasta el suelo al preguntar a la dama si
le permitía sacudir el polvo de sus
zapatos. Y Karen extendió también
su piececito.
-¡Vaya! ¡Qué hermosos
zapatos de baile! -exclamó el soldado.
-¡Quedad pegados al bailar!- Y al
decir esto tocó las suelas de los
zapatos con la mano. La anciana dio al soldado
un chelín y entró en la iglesia
acompañada por Karen.