Nun war
Karen so alt, daß sie eingesegnet
werden sollte. Sie bekam neue Kleider und
sollte auch neue Schuhe haben. Der reiche
Schuhmacher in der Stadt nahm Maß
an ihrem kleinen Fuß.
Das geschah in seinem Laden, wo große
Glasschränke mit niedlichen Schuhen
und blanken Stiefeln standen. Das sah gar
hübsch aus, aber die alte Dame konnte
nicht gut sehen und hatte daher auch keine
Freude daran.
Mitten zwischen den Schuhen standen ein
paar rote, ganz wie die, welche die Prinzessin
getragen hatte. Wie schön sie waren!
Der Schuhmacher sagte auch, daß sie
für ein Grafenkind genäht worden
seien, aber sie hätten nicht gepaßt.
»Das ist wohl Glanzleder«, sagte
die alte Dame, »sie glänzen so.«
»Ja, sie glänzen!«, sagte
Karen, und sie paßten gerade und wurden
gekauft. Aber die alte Dame wußte
nichts davon, daß sie rot waren, denn
sie hätte Karen niemals erlaubt, in
roten Schuhen zur Einsegnung zu gehen, aber
das geschah nun also.
Ahora Karen
tuvo la edad para ser confirmado. Recibió
vestidos nuevos y necesitaba también
un nuevo par de zapatos. El zapatero de lujo
que había en la ciudad fue encargado
de tomarle la medida de sus piececitos. Ocurrió
en su taller que estaba lleno de cajas de
vidrio que contenían los más
preciosos zapatos y relucientes botas, pero
la anciana señora no tenía muy
bien la vista, de modo que no halló
nada de interés en ellos.
Entre las demás mercaderías
había también un par de zapatos
rojos como los que usaba la Princesa. ¡Qué
bonitos eran! El zapatero les dijo que habían
sido hechos para la hija de un conde, pero
que le resultaban ajustados. -¡Cómo
brillan! -comentó la señora-.
Supongo que serán de charol. -Sí
que brillan y mucho -aprobó Karen,
que estaba probándoselos. Le venían
a la medida, y los compraron, pero la anciana
no tenía la mejor idea de que eran
rojos, o de lo contrario nunca habría
permitido a Karen usarlos el día de
su confirmación.