Die Sonne
war noch nicht aufgegangen, als sie des Prinzen
Schloß erblickte und die prächtige
Marmortreppe emporstieg. Der Mond schien
wundersam klar. Die kleine Seejungfer trank
den brennend scharfen Trank und es war ihr,
als ob ein zweischneidiges Schwert durch
ihre feinen Glieder ging.
Sie wurde darüber
ohnmächtig und lag wie tot da.
No había
salido aún el sol cuando vio el palacio
del príncipe y subió la espléndida
escalinata de mármol. La luna brillaba
aún en el cielo cuando la sirenita
bebió el ardiente brebaje; fue como
si una espada de doble filo atravesase su
delicado cuerpo, por lo que se desmayó
y quedó tendida en el suelo.
Als die
Sonne über die See schien, erwachte
sie und fühlte einen schneidenden Schmerz,
aber gerade vor ihr stand der schöne,
junge Prinz. Er heftete seine kohlschwarzen
Augen auf sie, so daß sie die ihren
niederschlug, und nun sah sie, daß ihr
Fischschwanz fort war und sie die niedlichsten
kleinen, weißen Füßchen
hatte, die nur ein Mädchen haben kann.
Aber sie war ganz nackend, darum hüllte
sie sich in ihr langes, dichtes Haar.
Despertó cuando el sol brillaba sobre
el mar y sintió un dolor agudo, pero
ante ella se encontraba el joven príncipe
encantador, que fijó en ella sus ojos,
negros como el carbón; la sirenita
quitó los suyos de él y vio
entonces que su cola había desaparecido
y que tenía las piernas más
bonitas que pudiera tener cualquier chica,
pero estaba totalmente desnuda, por lo que
se cubrió con su largo y abundante
cabello.
Der
Prinz fragte, wer sie wäre und wie sie
hierhergekommen sei, und sie sah ihn mild
aber doch so traurig mit ihren dunkelblauen
Augen an; sprechen konnte sie ja nicht. Da
nahm er sie bei der Hand und führte
sie in das Schloß. Jeder Schritt, den
sie tat, war, wie die Hexe es ihr vorausgesagt
hatte, als ob sie auf spitzige Nadeln und
scharfe Messer träte, aber das erduldete
sie gerne; an des Prinzen Hand stieg sie
so leicht wie eine Seifenblase empor, und
er und alle Anderen verwunderten sich über
ihren anmutig dahinschwebenden Gang.
El príncipe preguntó quién
era y cómo había llegado hasta
allí, y ella le miró tiernamente,
aunque con tristeza, con sus ojos de azul
intenso, ya que no podía hablar. Entonces
el joven príncipe la tomó de
la mano y la llevó al palacio. Cada
paso que daba era, según la bruja le
había advertido, como si pisase sobre
agudas agujas y cuchillos afilados, pero lo
sufría todo estoicamente, sin importarle
lo más mínimo; llevada de la
mano por el príncipe subió tan
ligera como una burbuja, y tanto él
como los demás se maravillaron de su
ondulante y delicioso andar.