Der kleine
Muck bedachte nun ernstlich, was er wohl
anfangen könnte, um sich ein Stück
Geld zu verdienen; er hatte zwar ein Stäblein,
das ihm verborgene Schätze anzeigte,
aber wo sollte er gleich einen Platz finden,
wo Gold oder Silber vergraben wäre?
Auch hätte er sich zur Not für
Geld sehen lassen können; aber dazu
war er doch zu stolz. Endlich fiel ihm die
Schnelligkeit seiner Füße ein,
»vielleicht«, dachte er, »können
mir meine Pantoffeln Unterhalt gewähren«,
und er beschloß, sich als Schnelläufer
zu verdingen. Da er aber hoffen durfte,
daß der König dieser Stadt solche
Dienste am besten bezahle, so erfragte er
den Palast.
Unter dem Tor des Palastes stand eine Wache,
die ihn fragte, was er hier zu suchen habe.
Auf seine Antwort, daß er einen Dienst
suche, wies man ihn zum Aufseher der Sklaven.
Diesem trug er sein Anliegen vor und bat
ihn, ihm einen Dienst unter den königlichen
Boten zu besorgen.
Der Aufseher maß ihn mit seinen Augen
von Kopf bis zu den Füßen und
sprach:»Wie, mit deinen Füßlein,
die kaum so lang als eine Spanne sind, willst
du königlicher Schnelläufer werden?
Hebe dich weg, ich bin nicht dazu da, mit
jedem Narren Kurzweil zu machen.«
Der kleine Muck versicherte ihm aber, daß
es ihm vollkommen ernst sei mit seinem Antrag
und daß er es mit dem Schnellsten
auf eine Wette ankommen lassen wollte. Dem
Aufseher kam die Sache gar lächerlich
vor; er befahl ihm, sich bis auf den Abend
zu einem Wettlauf bereitzuhalten, führte
ihn in die Küche und sorgte dafür,
daß ihm gehörig Speis' und Trank
gereicht wurde; er selbst aber begab sich
zum König und erzählte ihm vom
kleinen Muck und seinem Anerbieten.
Der König war ein lustiger Herr, daher
gefiel es ihm wohl, daß der Aufseher
der Sklaven den kleinen Menschen zu einem
Spaß behalten habe, er befahl ihm,
auf einer großen Wiese hinter dem
Schloß Anstalten zu treffen, daß
das Wettlaufen mit Bequemlichkeit von seinem
ganzen Hofstaat könnte gesehen werden,
und empfahl ihm nochmals, große Sorgfalt
für den Zwerg zu haben.
Der König erzählte seinen Prinzen
und Prinzessinnen, was sie diesen Abend
für ein Schauspiel haben würden,
diese erzählten es wieder ihren Dienern,
und als der Abend herankam, war man in gespannter
Erwartung, und alles, was Füße
hatte, strömte hinaus auf die Wiese,
wo Gerüste aufgeschlagen waren, um
den großsprecherischen Zwerg laufen
zu sehen.
Muck se
puso a considerar muy seriamente qué
podría hacer para ganarse alguna moneda.
Por cierto tenía un bastoncillo que
le mostraba tesoros ocultos, pero ¿dónde
encontraría de inmediato un lugar con
o plata enterrados?
También en caso de apuro se habría
podido exhibir por dinero, pero era demasiado
orgulloso para hacerlo.
Por fin recordó la velocidad de sus
pies,
-tal vez- pensó, las babuchas me pueden
servir para ganarme la vida- y se decidió
ofrecerse como corredor. Como esperaba que
el rey de esta ciudad fuera quien mejor recompensara
tales servicios, se dirigió al palacio.
A la puerta del palacio había un centinela,
que le preguntó qué buscaba.
Al responder que quería ofrecer sus
servicios, le envió a buscar el veedor
de esclavos.
Expresó a éste su pretensión
y le pidió que le ayudara a conseguir
un puesto entre los mensajeros reales.
El veedor le miró de pies a cabeza
y dijo
¿Cómo? ¿Con tus pequenos
pies que apenas miden un palmo quieres convertirte
en mensajero real?
¡Lárgate de aquí! No estoy
para bromear con cualquier loco.
El pequeño Muck le aseguró que
su petición era más que seria
y que estaba dispuesto a competir con el más
rápido de los corredores.
El asunto le pareció absurdo al veedor
y le ordenó prepararse para una carrera
aquella misma tarde, lo llevó a la
cocina y se ocupó de que le sirviesen
suficiente comida y bebida.
El mismo se presentó ante el rey y
le habló del pequeño Muck y
de su ofrecimiento.
El rey era hombre burlón, por lo que
le agradó que el veedor de esclavos
hubiera retenido al personajillo para divertirse,
y le mandó organizar la carrera en
una gran pradera detrás del palacio,
de modo que pudiese ser vista cómodamente
por toda su corte.
Otra vez le encargó que mientras tanto
se tratara al enano con gran atención.
El rey contó a sus príncipes
y princesas que esa tarde iban a tener diversión,
éstos se lo contaron a sus servidores,
y cuando llegó la tarde estaban impacientes,
y todo el que tenía pies se apresuró
a ir a la pradera donde se habían dispuesto
tribunas para ver correr al enano fanfarrón.