Als die
Fünfundzwanzig voll waren, befahl er
mir, aufzumerken, und erzählte mir
von dem kleinen Muck:
Der Vater des kleinen Muck, der eigentlich
Muckrah heißt, war ein angesehener,
aber armer Mann hier in Nicea. Er lebte
beinahe so einsiedlerisch wie jetzt sein
Sohn. Diesen konnte er nicht wohl leiden,
weil er sich seiner Zwerggestalt schämte,
und ließ ihn daher auch in Unwissenheit
aufwachsen.
Der kleine Muck war noch in seinem sechzehnten
Jahr ein lustiges Kind, und der Vater, ein
ernster Mann, tadelte ihn immer, daß
er, der schon längst die Kinderschuhe
zertreten haben sollte, noch so dumm und
läppisch sei.
Der Alte tat aber einmal einen bösen
Fall, an welchem er auch starb und den kleinen
Muck arm und unwissend zurückließ.
Die harten Verwandten, denen der Verstorbene
mehr schuldig war, als er bezahlen konnte,
jagten den armen Kleinen aus dem Hause und
rieten ihm, in die Welt hinauszugehen und
sein Glück zu suchen.
Der kleine Muck antwortete, er sei schon
reisefertig, bat sich aber nur noch den
Anzug seines Vaters aus, und dieser wurde
ihm auch bewilligt.
Sein Vater war ein großer, starker
Mann gewesen, daher paßten die Kleider
nicht. Muck aber wußte bald Rat; er
schnitt ab, was zu lang war, und zog dann
die Kleider an. Er schien aber vergessen
zu haben, daß er auch in der Weite
davon schneiden müsse, daher sein sonderbarer
Aufzug, wie er noch heute zu sehen ist;
der große Turban, der breite Gürtel,
die weiten Hosen, das blaue Mäntelein,
alles dies sind Erbstücke seines Vaters,
die er seitdem getragen; den langen Damaszenerdolch
seines Vaters aber steckte er in den Gürtel,
ergriff ein Stöcklein und wanderte
zum Tor hinaus.
Al completar
los veinticinco, me mandó a escuchar
y me contó la historia del pequeño
Muck.
El padre de Muck, que en realidad se llamaba
Mukra, era un hombre respetado pero
pobre aquí en Nicea.
Vivía casi tan solitario como ahora
su hijo.
No podía soportar a éste, porque
se avergonzaba de que fuese enano, y por ello
le dejó crecer en la ignorancia.
A los dieciséis años, Muck era
todavía un chico alegre, y su padre,
un hombre taciturno, le reprendía siempre
por ser aún pueril e inocente, aunque
hacía mucho debería haber gastado
los zapatos de niño.
El viejo tuvo una mala caída de la
que murió y dejó al pequeño
Muck pobre e ignorante.
Los crueles parientes, a los que el difunto
debía más de lo que había
podido pagar, echaron al pobre Muck de su
casa, aconsejándole que se fuese a
recorrer el mundo para hacer fortuna.
El pequeño Muck respondió que
estaba preparado para el viaje y sólo
pidió el traje de su padre que le concedieron.
Su padre había sido un hombre alto
y corpulento, por eso su ropa no le iba bien.
Pero Muck tuvo pronto una idea; cortó
lo que le sobraba de largo y se la puso.
Pero pareció que olvidó que
también de ancho debía haber
cortado algo, de ahí el extraño
aspecto con el que aún hoy se le puede
ver; el gran turbante, los anchos pantalones,
la capita azul, todo es heredado de su padre
y lo llevaba puesto desde entonces; la larga
daga damasquina de su padre se colgó
en el cinturón, cogió un bastoncillo
y se puso en marcha.