»Kleiner
Muck, kleiner Muck,
Wohnst in einem großen Haus,
Gehst nur all vier Wochen aus,
Bist ein braver, kleiner Zwerg,
Hast ein Köpflein wie ein Berg,
Schau dich einmal um und guck,
Lauf und fang uns, kleiner Muck!«
So hatten wir schon oft unsere Kurzweil
getrieben, und zu meiner Schande muß
ich es gestehen, ich trieb's am ärgsten;
denn ich zupfte ihn oft am Mäntelein,
und einmal trat ich ihm auch von hinten
auf die großen Pantoffeln, daß
er hinfiel. Dies kam mir nun höchst
lächerlich vor, aber das Lachen verging
mir, als ich den kleinen Muck auf meines
Vaters Haus zugehen sah. Er ging richtig
hinein und blieb einige Zeit dort. Ich versteckte
mich an der Haustüre und sah den Muck
wieder herauskommen, von meinem Vater begleitet,
der ihn ehrerbietig an der Hand hielt und
an der Türe unter vielen Bücklingen
sich von ihm verabschiedete. Mir war gar
nicht wohl zumute; ich blieb daher lange
in meinem Versteck; endlich aber trieb mich
der Hunger, den ich ärger fürchtete
als Schläge, heraus, und demütig
und mit gesenktem Kopf trat ich vor meinen
Vater. »Du hast, wie ich höre,
den guten Muck beschimpft?«, sprach
er in sehr ernstem Tone. »Ich will
dir die Geschichte dieses Muck erzählen,
und du wirst ihn gewiß nicht mehr
auslachen; vor- und nachher aber bekommst
du das Gewöhnliche.«
Das Gewöhnliche aber waren fünfundzwanzig
Hiebe, die er nur allzu richtig aufzuzählen
pflegte. Er nahm daher sein langes Pfeifenrohr,
schraubte die Bernsteinmundspitze ab und
bearbeitete mich ärger als je zuvor.
-Pequeño
Muck, pequeño Muck,
en una casona vives,
sólo una vez al mes sales,
eres un enanito de bien
tienes una cabecita como una montaña,
echa una mirada alrededor y míranos,
corre y cógenos, pequeño Muck.
Muy a menudo, así habíamos pasado
el tiempo, y he de reconocer para vergüenza
mía que yo era de los más atrevidos;
pues muy a menudo le tiraba de la capa, y
una vez le pisé desde atrás
las babuchas grandes, así que cayó
al suelo. Esto me resultó sumamente
divertido, pero se me estropeó la risa
al ver, que el pequeño Muck se acercó
a la casa de mi padre. Entró y ahí
quedó cierto tiempo. Me escondí
junto a la puerta y le vi salir de nuevo acompañado
por mi padre, que le llevaba respetuosamente
de la mano y, inclinándose, se despidió
de él a la puerta con muchas atenciones.
Me sentía muy inquieto y permanecí
largo tiempo en mi escondite. El hambre, más
terrible para mí que los golpes, terminó
por hacerme salir, y me presenté ante
mi padre, humilde y con la cabeza gacha.
-¿Según he oído, te has
burlado del buen Muck?- dijo con tono grave.
-Quiero contarte su historia, y seguro que
no volverás a reírte de él;
pero antes y después recibirás
lo acostumbrado.
Lo acostumbrado eran veinticinco latigazos,
que se cuidaba de contar con exactitud. Por
eso cogió su larga pipa de fumar, quitándola
la boquilla de ámbar y la empleó
con más dureza que nunca.