Bald war 
                                      ich in Florenz, wo ich mich so geheim als 
                                      möglich aufhielt; mein Plan war um 
                                      vieles erschwert worden durch die Lage, 
                                      in welcher sich meine Feinde befanden. Der 
                                      alte Florentiner war Gouverneur geworden 
                                      und hatte so alle Mittel in der Hand, sobald 
                                      er das geringste ahnte, mich zu verderben. 
                                      Ein Zufall kam mir zu Hilfe. Eines Abends 
                                      sah ich einen Menschen in bekannter Livree 
                                      durch die Straßen gehen; sein unsicherer 
                                      Gang, sein finsterer Blick und das halblaut 
                                      herausgestoßene »Santo sacramento« 
                                      und »Maledetto diavolo« ließen 
                                      mich den alten Pietro, einen Diener des 
                                      Florentiners, den ich schon in Alessandria 
                                      gekannt hatte, erkennen. Ich war nicht im 
                                      Zweifel, daß er über seinen Herrn 
                                      in Zorn geraten sei, und beschloß, 
                                      seine Stimmung zu benützen. Er schien 
                                      sehr überrascht, mich hier zu sehen, 
                                      klagte mir sein Leid, daß er seinem 
                                      Herrn, seit er Gouverneur geworden, nichts 
                                      mehr recht machen könne, und mein Gold, 
                                      unterstützt von seinem Zorn, brachte 
                                      ihn bald auf meine Seite. Das Schwierigste 
                                      war jetzt beseitigt; ich hatte einen Mann 
                                      in meinem Solde, der mir zu jeder Stunde 
                                      die Türe meines Feindes öffnete, 
                                      und nun reifte mein Racheplan immer schneller 
                                      heran. Das Leben des alten Florentiners 
                                      schien mir ein zu geringes Gewicht, dem 
                                      Untergang meines Hauses gegenüber, 
                                      zu haben. Sein Liebstes mußte er gemordet 
                                      sehen, und dies war Bianka, seine Tochter. 
                                      Hatte ja sie so schändlich an meinem 
                                      Bruder gefrevelt, war ja doch sie die Ursache 
                                      unseres Unglücks. Gar erwünscht 
                                      kam sogar meinem rachedürstenden Herzen 
                                      die Nachricht, daß in dieser Zeit 
                                      Bianka zum zweitenmal sich vermählen 
                                      wollte, es war beschlossen, sie mußte 
                                      sterben. 
                                      Aber mir selbst graute vor der Tat, und 
                                      auch Pietro traute ich zu wenig Kraft zu; 
                                      darum spähten wir umher nach einem 
                                      Mann, der das Geschäft vollbringen 
                                      könnte. Unter den Florentinern wagte 
                                      ich keinen zu dingen, denn gegen den Gouverneur 
                                      würde keiner etwas Derartiges unternommen 
                                      haben. Da fiel Pietro der Plan ein, den 
                                      ich nachher ausgeführt habe; zugleich 
                                      schlug er dich als Fremden und Arzt als 
                                      den Tauglichsten vor. Den Verlauf der Sache 
                                      weißt du. Nur an deiner großen 
                                      Vorsicht und Ehrlichkeit schien mein Unternehmen 
                                      zu scheitern. Daher der Zufall mit dem Mantel. 
                                     
Pronto estuve 
                                    en Florencia, manteniéndome tan incógnito 
                                    como fue posible. Mi plan se había 
                                    hecho aún más difícil 
                                    por la situación en que mis enemigos 
                                    se hallaban. El viejo florentino había 
                                    sido nombrado gobernador y poseía todos 
                                    los medios para perderme en cuanto sospechara 
                                    lo más mínimo. 
                                    Una casualidad me prestó ayuda. Una 
                                    tarde ví por la calle a una persona 
                                    con una librea conocida; su paso inseguro, 
                                    su mirada sombría y el "Santo 
                                    Sacramento" y "Maledetto diavolo" 
                                    a media voz forzada me hicieron reconocer 
                                    al viejo Pietro, un servidor del florentino 
                                    al que yo había conocido en Alejandría. 
                                    
                                    No tuve ninguna duda que estaba encolerizado 
                                    con su señor, y decidí servirme 
                                    de su disposición de ánimo. 
                                    Pareció muy sorprendido de verme y 
                                    me contó sus penas. Desde que su señor 
                                    se había convertido en gobernador, 
                                    no le agradaba nada lo que hacía, y 
                                    mi oro, apoyado en su rabia, le puso pronto 
                                    d mi parte. 
                                    Lo más difícil estaba ya logrado. 
                                    Tenía de mi parte un hombre que me 
                                    abriría a cualquier hora la puerta 
                                    de mi enemigo y desde entonces mi plan de 
                                    venganza maduraba cada vez más rápido.
                                    La vida del viejo florentino me pareció 
                                    de poco valor en comparación con la 
                                    ruina de mi casa. Debía ver aniquilado 
                                    lo que le era más querido, y esto era 
                                    su hija Bianca.
                                    Ya que había ofendido tan gravemente 
                                    a mi hermano, era ella la causa principal 
                                    de nuestra desgracia.
                                    La noticia de que en esos días precisamente 
                                    Bianca iba a contraer matrimonio por segunda 
                                    vez llegó a propósito a mi corazón 
                                    sediento de venganza; estaba decidido, ella 
                                    debía morir.
                                    A mí mismo, sin embargo, me horrorizaba 
                                    el hecho, y a Pietro le suponía escasa 
                                    fuerza; por eso tratamos de buscar a un hombre 
                                    que llevara a cabo el proyecto. Entre los 
                                    florentinos no me aventuraba a contratar a 
                                    ninguno, pues nadie se hubiese atrevido a 
                                    emprender algo así contra el gobernador. 
                                    
                                    Entonces se le ocurrió a Pietro el 
                                    plan que después yo llevé a 
                                    cabo. Asimismo te propuso a ti por ser el 
                                    más apropiado como extranjero y médico. 
                                    Sabes bien como sucedieron las cosas. Mi empresa 
                                    sólo pareció estrellarse por 
                                    tu gran prudencia y nobleza. De ahí 
                                    la casualidad de la capa.