Er hatte
kaum die letzten Worte gesprochen, als sich
eine der Zedern öffnete und eine verschleierte
Frau in langen, weißen Gewändern
hervortrat.
»Ich weiß, warum du zu mir kommst,
Sultan Saaud, dein Wille ist redlich; darum
soll dir auch meine Hilfe werden. Nimm diese
zwei Kistchen! Laß jene beiden, welche
deine Söhne sein wollen, wählen!
Ich weiß, daß der, welcher der
echte ist, das rechte nicht verfehlen wird.«
So sprach die Verschleierte und reichte
ihm zwei kleine Kistchen von Elfenbein,
reich mit Gold und Perlen verziert; auf
dem Deckel, welchen der Sultan vergebens
zu öffnen versuchte, standen Inschriften
von eingesetzten Diamanten.
Der Sultan besann sich, als er nach Hause
ritt, hin und her, was wohl in den Kistchen
sein könnte, welche er mit aller Mühe
nicht zu eröffnen vermochte. Auch die
Aufschrift gab ihm kein Licht in der Sache;
denn auf dem einen stand:»Ehre und
Ruhm«, auf dem andern:»Glück
und Reichtum«. Der Sultan dachte bei
sich, da würde auch ihm die Wahl schwer
werden unter diesen beiden Dingen, die gleich
anziehend, gleich lockend seien.
Als er in seinen Palast zurückgekommen
war, ließ er die Sultanin rufen und
sagte ihr den Ausspruch der Fee, und eine
wunderbare Hoffnung erfüllte sie, daß
jener, zu dem ihr Herz sie hinzog, das Kistchen
wählen würde, welches seine königliche
Abkunft beweisen sollte.
Apenas había
pronunciado las últimas palabras, cuando
uno de los cedros se abrió y apareció
una mujer cubierta con un velo, con largos
vestidos blancos.
-Sé por qué has venido a mí,
sultán Saaud; tu deseo es sincero y
por ello te voy a ayudar. Toma estas cajitas.
Haz que elijan los dos que pretenden ser hijos
tuyos; sé que el que es tu hijo auténtico,
no se equivocará de elegir la adecuada.
Así habló la velada y le entregó
dos cajitas de márfil, adornadas con
oro y perlas, sobre la tapa, que el sultán
en vano trató de abrir, había
inscripciones con diamantes incrustados.
Al cabalgar de regreso, el sultán pensaba
qué podría haber en las cajitas,
que no lograba de abrir ni con todo esfuerzo.
Tampoco la inscripción le dio mucha
luz sobre el asunto, pues una decía
"Honor y gloria" y la otra "Felicidad
y riqueza".
El sultán pensaba que a él le
resultaría difícil la elección
entre estas dos cosas, igual de atractivas,
igual de seductoras.
De vuelta a su palacio, hizo llamar a la sultana
y le comunicó la sentencia del hada;
se apoderó de ella la esperanza maravillosa
de que el elegido de su corazón escogería
la cajita que iba a probar su origen real.