Es war
schon dunkel, als der Zug anlangte, daher
waren im Saale viele kugelrunde, farbige
Lampen angezündet, welche die Nacht
zum Tag erhellten. Am klarsten und vielfarbigsten
strahlten sie aber im Hintergrund des Saales,
wo die Sultanin auf einem Throne saß.
Der Thron stand auf vier Stufen und war
von lauterem Golde und mit großen
Amethysten ausgelegt. Die vier vornehmsten
Emire hielten einen Baldachin von roter
Seide über dem Haupte der Sultanin,
und der Scheik von Medina fächelte
ihr mit einer Windfuchtel von weißen
Pfauenfedern Kühlung zu.
So erwartete die Sultanin ihren Gemahl und
ihren Sohn, auch sie hatte ihn seit seiner
Geburt nicht mehr gesehen, aber bedeutsame
Träume hatten ihr den Ersehnten gezeigt,
daß sie ihn aus Tausenden erkennen
wollte. Jetzt hörte man das Geräusch
des nahenden Zuges, Trompeten und Trommeln
mischten sich in das Zujauchzen der Menge,
der Hufschlag der Rosse tönte im Hof
des Palastes, näher und näher
rauschten die Tritte der Kommenden, die
Türen des Saales flogen auf, und durch
die Reihen der niederfallenden Diener eilte
der Sultan an der Hand seines Sohnes vor
den Thron der Mutter.
»Hier«, sprach er, »bringe
ich dir den, nach welchem du dich so lange
gesehnt.«
Die Sultanin aber fiel ihm in die Rede:»Das
ist mein Sohn nicht!«, rief sie aus,
»das sind nicht die Züge, die
mir der Prophet im Traume gezeigt hat!«
Al llegar
la comitiva, era ya de noche, por lo que en
el salón había encendidas muchas
lámparas redondas de color, que iluminaban
la noche como si fuese el día. Pero
con el máximo color y brillo resplandecían
el fondo del salón, donde la sultana
estaba sentada en un trono. El trono se elevaba
sobre cuatro gradas y era de oro puro y decorado
con grandes amatistas.
Los cuatro emires más nobles sostenían
un baldaquín de seda roja sobre la
cabeza de la sultana y el jeque de Medina
la abanicaba con un abanico de blancas plumas
de pavo.
Así la sultana esperaba la llegada
de su esposo y su hijo, al que no había
visto desde su nacimiento, pero que en sueños
importantes se le había demostrado
el deseado tantas veces que le reconocería
entre mil.
Ahora se oía el rumor de la comitiva
que estaba acercándose, las trompetas
y los tambores se mezclaban a los vítores
de la multitud, el piafar de los caballos
resonaba en el patio del palacio, y cada vez
más cercano se oía los pasos
de los que venían, las puertas de la
sala se abrieron y, entre las filas de los
cortesanos arrodillados, el sultán,
de la mano de su hijo, se apresuraba hacia
el trono de la madre.
-Aquí te traigo al que tanto tiempo
has añorado- dijo.
Pero la sultana le cortó la palabra
-¡éste no es mi hijo!- exclamó,
¡éstos no son los rasgos que
el profeta me ha mostrado en sueños.