Gegen
die Mitte des andern Tages sah er einen
großen Zug von Pferden und Kamelen
über die Ebene her auf die Säule
El-Serujah zukommen.
Der Zug hielt am Fuße des Hügels,
auf welchem die Säule stand, man schlug
prachtvolle Zelte auf, und das Ganze sah
aus wie der Reisezug eines reichen Bassas
oder Scheiks.
Labakan ahnte, daß die vielen Leute,
welche er sah, sich des Prinzen wegen hierher
bemüht hatten, und hätte ihnen
gerne schon heute ihren künftigen Gebieter
gezeigt; aber er mäßigte seine
Begierde, als Prinz aufzutreten, da ja doch
der nächste Morgen seine kühnsten
Wünsche vollkommen befriedigen mußte.
Die Morgensonne weckte den überglücklichen
Schneider zu dem wichtigsten Augenblicke
seines Lebens, welcher ihn aus einem niedrigen
Lose an die Seite eines fürstlichen
Vaters erheben sollte; zwar fiel ihm, als
er sein Pferd aufzäumte, um zu der
Säule hinzureiten, wohl auch das Unrechtmäßige
seines Schrittes ein; zwar führten
ihm seine Gedanken den Schmerz des in seinen
schönen Hoffnungen betrogenen Fürstensohnes
vor, aber... der Würfel war geworfen,
er konnte nicht mehr ungeschehen machen,
was geschehen war, und seine Eigenliebe
flüsterte ihm zu, daß er stattlich
genug aussehe, um dem mächtigsten König
sich als Sohn vorzustellen; ermutigt durch
diesen Gedanken, schwang er sich auf sein
Roß, nahm alle seine Tapferkeit zusammen,
um es in einen ordentlichen Galopp zu bringen,
und in weniger als einer Viertelstunde war
er am Fuße des Hügels angelangt.
Er stieg ab von seinem Pferde und band es
an eine Staude, deren mehrere an dem Hügel
wuchsen; hierauf zog er den Dolch des Prinzen
Omar hervor und stieg den Hügel hinan.
Am Fuß der Säule standen sechs
Männer um einen Greis von hohem, königlichem
Ansehen; ein prachtvoller Kaftan von Goldstoff,
mit einem weißen Kaschmirschal umgürtet,
der weiße, mit blitzenden Edelsteinen
geschmückte Turban bezeichneten ihn
als einen Mann von Reichtum und Würde.
Alrededor
del mediodía siguiente, vio venir por
la llanura y acercarse a la columna El-Serujah
una gran comitiva de caballos y camellos.
Se detuvieron al pie de la colina en que estaba
la columna y montaron lujosas tiendas; daba
la impresión de ser el séquito
de un rico pachá o jeque.
Al ver toda esta gente, Labakán suponía
que aquella gente se había desplazado
hasta allí por causa del príncipe
y de buena gana le habría gustado mostrarle
a su futuro soberano, pero contuvo sus ansias
de presentarse como príncipe, ya que
a la mañana siguiente sus deseos más
osados quedarían satisfechos completamente.
El sol de la mañana despertó
al gozoso sastre para el momento más
importante de su vida, que le había
de elevar de la categoría de desconocido
y insignificante al rango de su principesco
padre.
Al embridar su caballo para dirigirse a la
columna, pensaba en lo injusto de su actitud,
en el dolor del príncipe decepcionado
en sus más bellas esperazas; pero...
la suerte estaba echada, no podía deshacer
lo que había pasado y su egoísmo
le sugería que era lo suficientemente
apuesto como para presentarse como hijo del
rey más poderoso.
Animado por esta idea, subió al caballo,
hizo acopio de todo su valor para llevarlo
al galope, y en menos de un cuarto de hora
llegó al pie de la colina.
Desmontó y ató el caballo a
uno de los muchos arbustos que crecían;
se envainó el puñal del príncipe
Omar y subió la colina.
Al pie de la columna había seis hombres
en torno a un anciano de aspecto majestuoso
y noble. En magnifico caftán de brocado
en oro con un chal de cachemir y el turbante
blanco adornado con espléndidas piedras
preciosas, le distinguían como hombre
rico y honorable.