Ein
Hauptmoment und eine Deklamationsnummer
Eine höchst ungewöhnliche Reise.
Ein jeder Kopenhagener weiß, wie der
Eingang zum Friedrichshospital aussieht,
aber da wahrscheinlich auch einige Nicht-Kopenhagener
diese Geschichte lesen werden, müssen
wir eine kurze Beschreibung geben.
Das Hospital ist von der Straße durch
ein ziemlich hohes Gitter getrennt, in welchem
die dicken Eisenstangen so weit voneinander
abstehen, dass, wie erzählt wird, sich
sehr dünne Leute hindurch geklemmt
haben und auf diesem Wege ihre kleinen Visiten
abgemacht haben. Der Körperteil, der
am schwierigsten hinauszupraktizieren war,
war der Kopf. Hier, wie überall in
der Welt, waren also die kleinen Köpfe
die glücklichsten. Das wird als Einleitung
genügen. Einer der jungen Hülfsärzte,
von dem man nur in körperlicher Hinsicht
behaupten konnte, dass er einen großen
Kopf habe, hatte gerade an diesem Abend
Wache. Es war strömender Regen, doch
ungeachtet dieser beiden Hindernisse musste
er hinaus, nur auf eine Viertelstunde, aber
es war nichts so Wichtiges, dass es dem
Pförtner gemeldet werden musste, wenn
man durch die Eisenstangen hinausschlüpfen
konnte. Da standen die Galoschen, die der
Wächter vergessen hatte.
Un momento
principal y un número de declamación
Un viaje fuera de lo común
Todos los ciudadanos de Copenhague saben cómo
es la entrada del hospital de Federico. Pero
como probablemente también algunas
personas desconocedoras de la capital lean
la presente historia, tendremos que dar una
descripción de ella.
El hospital queda separado de la calle por
una reja bastante alta, cuys barras de hierro
están tan distantes entre sí,
que, según se dice, algunas personas,
si eran flacas, se habían escabullido
por entre ellos y efectuado sus pequeñas
correrías por el exterior. La parte
del cuerpo que más costaba de pasar
era la cabeza; en este caso, como en tantos
otros que vemos en la vida, las cabezas menores
eran las más afortunadas. Lo dicho
bastará como introducción. Uno
de los jóvenes médicos ayudantes,
de quien sólo desde el punto de vista
corporal podía decirse que tenía
una gran cabeza, estaba de guardia aquella
noche. La lluvia caía a cántaros,
lo cual suponía un obstáculo
más; pero, a pesar de todo, el mozo
tenía que salir, aunque fuere sólo
por un cuarto de hora. Para una ausencia tan
breve no había necesidad de dar explicaciones
al portero, pensó, con tal de poder
escurrirse por entre las rejas. Allí
estaban los chanclos que el vigilante había
olvidado.