»Nun
sind die Störche gekommen!«,
sagte man in dem reichen Hause am Ufer des
Nils, wo in der offenen Halle auf weichen,
mit Leopardenfell bedeckten Polstern der
königliche Herr aufgestreckt lag, nicht
tot und auch nicht lebend, hoffend auf die
Lotosblume aus den tiefen Mooren des Nordens.
Angehörige und Diener standen um sein
Lager. Und hinein in die Halle flogen zwei
mächtige weiße Schwäne;
sie waren mit den Störchen gekommen.
Sie warfen das blendendweiße Federgewand
ab, und zwei herrliche Frauen, einander
so ähnlich wie zwei Tautropfen, standen
da. Sie beugten sich zu dem bleichen, hinsiechenden
alten Mann nieder, warfen ihre langen Haare
zurück, und als Klein-Helga sich über
den Großvater beugte, röteten
sich seine Wangen, seine Augen bekamen Glanz,
und Leben strömte wieder durch die
gelähmten Glieder. Der Alte erhob sich
gesundet und verjüngt, und Tochter
und Enkeltochter hielten ihn in ihren Armen
wie zum freudigen Morgengruße nach
einem langen, schweren Traum.
-¡Han
llegado las cigüeñas! -decían
en la opulenta casa de la orilla del Nilo,
donde, en la gran sala abierta, yacía,
sobre mullidos almohadones y cubiertos con
una piel de leopardo, el soberano, ni vivo
ni muerto, siempre en espera de la flor
de loto que crecía en el profundo
pantano del Norte.
Lo acompañaban parientes y criados.
Y he aquí que entraron volando en
la sala los dos magníficos cisnes
llegados con las cigüeñas.
Se despojaron de los deslumbrantes plumajes
y aparecieron dos hermosas figuras femeninas,
parecidas como dos gotas de rocío.
Apartándose los largos cabellos se
inclinaron sobre el lívido y desfallecido
anciano. Helga besó a su abuelo,
y entonces se enrojecieron las mejillas
de éste, y en sus ojos se reflejó
un nuevo brillo, y nueva vida corrió
por sus miembros paralizados. El anciano
se incorporó, sano y rejuvenecido.
Su hija y su nieta lo abrazaron, como en
un saludo matinal de alegría tras
un largo y fatigoso sueño.