Hin über
Wald und Heide, Bäche und Sümpfe
flogen sie bis zum Wildmoor hinauf, das
sie in großen Kreisen umschwebten.
Der christliche Priester erhob das Kreuz,
es leuchtete wie Gold, und von seinen Lippen
ertönte der Meßgesang. Klein-Helga
sang ihn mit, wie das Kind in den Gesang
der Mutter einstimmt. Sie schwang das Räucherfaß,
und ein Altarduft drang daraus hervor, so
stark, so wundertätig, daß Schilf
und Rohr im Sumpfe erblühten. Alle
Keime schossen aus dem tiefen Grunde empor,
alles, was Leben hatte, erhob sich, und
ein Flor von Wasserrosen breitete sich über
das Wasser wie ein gewirkter Blumenteppich.
Darauf ruhte ein schlafendes Weib, jung
und schön, Klein-Helga glaubte sich
selbst zu sehen, ihr Spiegelbild in dem
stillen Wasser. Es war ihre Mutter, die
sie sah, des Moorkönigs Weib, die Prinzessin
von den Wassern des Nils.
Por bosques
y brezales, a través de torrentes
y pantanos, avanzaron volando hasta el cenagal,
sobre cuya superficie se pusieron a describir
grandes círculos. El sacerdote sostenía
la cruz en alto, de la que irradiaba un
dorado resplandor, mientras de sus labios
salía el canto de la misa. Helga
lo acompañaba, a la manera de un
niño que imita el cantar de su madre,
y seguía agitando el incensario,
del que se desprendía un perfume
tan fuerte y milagroso, que los juncos y
las cañas echaban flores. Todos los
gérmenes brotaban del profundo suelo,
todo lo que tenía vida subía
hacia arriba. Sobre las aguas se extendió
un velo de lirios de agua, como una alfombra
de flores, y sobre él descansaba
dormida, una mujer joven y bella. Helga
creyó ver su propia imagen reflejada
en la superficie del agua; pero era su madre
la que veía, la esposa del rey del
pantano, la princesa de las aguas del Nilo.