Der Froschkopf
gab einen Laut von sich, der wie das Quäken
eines Kindes, das in Weinen ausbricht, klang.
Bald warf sie sich über den einen,
bald über das andere, schöpfte
Wasser mit ihren Händen, die durch
die Schwimmhäute größer
und hohler wurden, und goß es über
sie aus. Aber tot waren sie und tot sollten
sie bleiben. Das begriff sie. Bald konnten
wilde Tiere kommen und ihre Leiber fressen;
nein, das durfte nicht geschehen! Deshalb
grub sie die Erde auf, so tief sie es vermochte.
Ein Grab wollte sie für sie bereiten,
doch sie hatte zum Graben nur einen harten
Zweig und ihre beiden Hände. Aber an
ihnen spannten sich zwischen den Fingern
die Schwimmhäute. Sie rissen und das
Blut floß. Sie sah, daß ihr
die Arbeit nicht gelingen werde. Da nahm
sie Wasser und wusch damit des Toten Antlitz,
bedeckte es mit frischen, grünen Blättern,
trug große Zweige zusammen und legte
sie über ihn, dann schüttete sie
Laub dazwischen, nahm die schwersten Steine,
die sie aufheben konnte, legte sie über
die toten Körper und verstopfte die
Öffnungen mit Moos. Nun glaubte sie,
daß der Grabhügel stark und sicher
genug sei; aber während der schweren
Arbeit war die Nacht vergangen, die Sonne
brach hervor – und Klein-Helga stand
da in all ihrer Schönheit, mit blutenden
Händen und zum ersten Male mit Tränen
auf den errötenden jungfräulichen
Wangen.
La cabeza
de la rana emitió un sonido, semejante
al de un niño que prorrumpe en llanto.
Se arrojaba ya sobre uno ya sobre el otro
y, recogiendo agua en sus anchas manos, la
vertía sobre los cuerpos. Muertos estaban
y muertos deberían quedar; bien lo
comprendió ella.
No tardarían en acudir los animales
de la selva, que devorarían los cadáveres.
¡No, no debía permitirlo!
Por eso se puso a excavar un hoyo, lo más
hondo posible. Quería prepararles una
sepultura, pero no disponía de más
instrumentos que una fuerte rama de árbol
y sus manos. Con el trabajo se le distendía
tanto la membrana que le unía los dedos
de batracio, que se desgarró y empezó
a manar sangre. Comprendiendo que no lograría
dar fin a su tarea, fue a buscar agua, lavó
el rostro del muerto, cubrió el cuerpo
con hojas verdes y, reuniendo grandes ramas,
las extendió encima, tapando con follaje
los intersticios. Luego cogió las piedras
más voluminosas que pudo encontrar,
las acumuló sobre los cuerpos y rellenó
con musgo las aberturas. Hecho todo esto,
consideró que el túmulo era
lo bastante fuerte y protegido. Pero entretanto
había llegado la madrugada, salió
el sol y Helga recobró su belleza,
aunque tenía las manos sangrantes,
y por primera vez las lágrimas bañaban
sus mejillas virginales.