»Wo
hast du das schöne Püppchen gestohlen?«,
riefen sie, hielten das Pferd an und rissen
die beiden Reiter herunter, denn sie waren
in großer Überzahl. Der Priester
hatte keine andere Waffe als das Messer,
das er Klein-Helga entwunden hatte, damit
stieß er um sich. Einer der Räuber
schwang seine Axt, doch der junge Christ
sprang glücklich zur Seite, sonst wäre
er erschlagen worden; nun fuhr die Schneide
der Axt tief in den Hals des Pferdes, daß
das Blut herausströmte und das Tier
zu Boden stürzte. Da fuhr Klein-Helga,
wie aus tiefen Gedanken geweckt, empor und
warf sich über das stöhnende Tier.
Der christliche Priester stellte sich als
Schutz und Schirm vor sie, aber einer der
Räuber schwang seinen schweren Eisenhammer
gegen seine Stirn, so daß sie zerschmettert
wurde und Blut und Hirn rings umher spritzten.
Tot fiel er zur Erde nieder.
-¿Dónde
raptaste esta preciosa muchacha? -le preguntaron
los bandidos. Detuvieron el caballo y obligaron
a apearse a los dos jinetes, pues estaban
en mayoría. El sacerdote no disponía
de más arma que el cuchillo que había
arrancado a Helga, y con él se defendió
valerosamente. Uno de los salteadores blandió
su hacha, pero el cristiano saltó
de lado, esquivando la herida. El filo del
hacha fue a clavarse en el cuello del caballo;
brotó un chorro de sangre y el animal
se desplomó. Entonces, Helga, como
arrancada de profundos pensamientos, se
precipitó contra el gimiente caballo.
El sacerdote se colocó delante de
ella para protegerla, pero uno de los bandidos
le asestó un mazazo en la frente,
con tal violencia que la sangre y los sesos
fueron proyectados al aire, y el cristiano
cayó muerto.