Die Metkanne
wurde geleert und neue aufgefahren. Es wurde
gewaltig gezecht zu damaliger Zeit, es waren
Leute, die wohl einen Tropfen vertragen
konnten. Das Sprichwort lautete damals:»Das
Vieh weiß, wenn es von der Weide gehen
muß, doch ein unkluger Mann kennt
nicht das Maß seines Magens.«
Ja, das wußte man, aber Wissen und
Handeln, jedes Ding zu seiner Zeit. Man
wußte auch, daß man »des
Freundes satt wird, ist man zu lange in
seinem Haus.«
Aber man blieb doch hier, Fleisch und Met
sind gut Ding. Es ging lustig her, und des
Nachts schliefen die Sklaven in der warmen
Asche, tauchten die Finger in den fetten
Ruß und leckten sie ab.
Das waren gute Zeiten. Noch einmal in diesem
Jahre zog der Wiking aus, ungeachtet der
nahen Herbststürme. Er ging mit seinen
Mannen zu Britlands Küsten, »das
sei ja nur übers Wasser,« sagte
er. Sein Weib blieb mit ihrem kleinen Mädchen
zurück, und es war gewiß, daß
die Pflegemutter bald die arme Kröte
mit den frommen Augen und den tiefen Seufzern
fast mehr liebte als die Schönheit,
die kratzte und um sich biß.
Se vació
el primer barril de hidromiel y trajeron
otro. Se bebía de firme en aquellos
tiempos, era gente que resistía bien
la bebida. Sin embargo, ya entonces corría
el refrán: «Los animales saben
cuándo deben salir del prado; pero
un hombre insensato nunca conoce la medida
de su estómago».
No es que no la conocieran, pero del dicho
al hecho hay un gran trecho. También
conocían este otro proverbio:«La
amistad se enfría cuando el invitado
tarda demasiado en marcharse».
Y, sin embargo, no se movían; eran
demasiado apetitosos la carne y el hidromiel.
La fiesta discurrió con gran bullicio.
Por la noche, los siervos durmieron en las
cenizas calientes; untaron los dedos en
la grasa mezclada con hollín y se
relamieron muy a gusto.
Eran buenos tiempos. Aquel año, el
vikingo se hizo otra vez a la vela, pese
a que se levantaban ya las tormentas otoñales.
Se dirigió con sus hombres a las
costas británicas, lo cual, según
él, era sólo «atravesar
el charco». Su mujer quedó
en casa con su pequeña niña.
Era cierto que la madre adoptiva quería
ya más al pobre sapo de dulce mirada
y hondos suspiros, que a la belleza que
arañaba y mordía.