Die rauhen,
nassen Herbstnebel, die »Vögel-Mundlos«,
die die Blätter abnagen, legten sich
über Wald und Heide, und der »Vogel
Federlos«, der Schnee, kam gleich
hinterher geflogen; der Winter war auf dem
Wege.
Die Spatzen belegten das Storchnest mit
Beschlag und nörgelten auf ihre Art
an der abwesenden Herrschaft herum. Wo war
das Storchpaar mit all seinen Jungen?
Die Störche waren nun im Lande Ägypten,
wo die Sonne so warm scheint, wie bei uns
an warmen Sommertagen. Tamarinden und Akazien
blühten ringsum, und Mohameds Mond
strahlte blank von den Kuppeln der Moscheen.
Auf den schlanken Türmen saß
manch Storchpaar und ruhte nach der langen
Reise. Ganze Scharen hatten auf den mächtigen
Säulen und zerbrochenen Tempelbogen
vergessener Stätten genistet; Dattelpalmen
erhoben ihre dachartigen Wipfel wie Sonnenschirme,
und die weißgrauen Pyramiden standen
wie Schattenrisse in der klaren Luft vor
der Wüste, wo der Strauß zeigte,
daß er seine Beine zu gebrauchen verstand,
und der Löwe saß und mit großen
klugen Augen die Marmorsphinx betrachtete,
die halb vom Sande begraben liegt.
Bosques
y brezales fueron invadidos por las espesas
y húmedas nieblas de otoño,
«los pájaros sin bocas»,
que provocan la caída de las hojas,
y el «pájaro sin plumas»,
la nieve, llegó volando inmediatamente
después; se acercaba el invierno.
Los gorriones ocuparon el nido de las cigüeñas,
y se quejaron, a su manera, de las propietarias
ausentes. ¿Dónde estaba la
pareja cigüeña con todos sus
polluelos?
Pues las cigüeñas estaban en
Egipto, donde el sol calienta tanto como
lo hace en nuestro país en los hermosos
días del verano. Tamarindos y acacias
florecían por todas partes y la luna
de Mahoma brillaba radiante en las cúpulas
de las mezquitas. Numerosas parejas de cigüeñas
descansaban en las esbeltas torres después
de su largo viaje. Grandes bandadas habían
anidado sobre las poderosas columnas y las
derruidas bóvedas de los templos
de lugares abandonados. Las palmeras datileras
elevaban sus copas protectoras como parasoles
y las grises pirámides se dibujaban
como siluetas en el aire diáfano
delante del desierto, donde el avestruz
hacía gala de la ligereza de sus
patas, y el león contemplaba con
sus grandes y despiertos ojos la esfinge
marmórea, medio enterrada en la arena.