Nicht an 
                                      diesem Tag, auch nicht am nächsten 
                                      kam der Wikinger, obgleich er auf dem Heimwege 
                                      war; denn er hatte den Wind gegen sich, 
                                      der nach Süden blies wegen der Störche. 
                                      Des einen Freude ist des andern Leid. Nach 
                                      ein paar Tagen und Nächten wurde es 
                                      der Wikingerfrau klar, wie es mit ihrem 
                                      kleinen Kinde stand. Ein scheußlicher 
                                      Zauber ruhte auf ihm. Am Tage war es schön 
                                      wie ein Lichtelf, hatte aber eine böse, 
                                      wilde Natur, das Nachts dagegen war es eine 
                                      häßliche Kröte, still und 
                                      kläglich mit traurigen Augen. Hier 
                                      waren zwei Naturen, die einander abwechselten, 
                                      sowohl äußerlich wie innerlich; 
                                      das kam daher, daß das kleine Mädchen, 
                                      daß der Storch hierher gebracht hatte, 
                                      am Tage das Äußere seiner Mutter, 
                                      aber gleichzeitig die Sinnesart seines Vaters 
                                      besaß, bei Nacht dagegen trat die 
                                      körperliche Verwandtschaft mit ihm 
                                      in der Gestalt zutage, während der 
                                      Mutter Gemüt und Herz aus seinen Augen 
                                      strahlte. 
                                      Wer konnte diesen Zauber lösen? Die 
                                      Wikingerfrau war in Angst und Betrübnis, 
                                      und doch hing ihr Herz an diesem armen Geschöpfe, 
                                      dessen Zustand sie ihrem Gemahl nicht zu 
                                      offenbaren wagte, wenn er jetzt heimkehrte, 
                                      dann würde er gewiß nach Schick 
                                      und Brauch das arme Kind an der Fahrstraße 
                                      aussetzen, damit es nähme, wer wollte. 
                                      
                                      Das brachte die gute Wikingerfrau nicht 
                                      übers Herz. Nur beim hellen Tageslichte 
                                      sollte er das Kind zu sehen bekommen.
El vikingo 
                                      no llegó aquel día ni al siguiente, 
                                      aunque estaba en camino. Pero tenía 
                                      el viento contrario, pues soplaba a favor 
                                      del vuelo de las cigüeñas, que 
                                      emigraban hacia el Sur. Lo que significa 
                                      alegría para uno es una desgracia 
                                      para otro. Al cabo de varios días 
                                      con sus noches, la mujer del vikingo había 
                                      comprendido lo que ocurría con su 
                                      niña. Un terrible hechizo pesaba 
                                      sobre ella. De día era hermosa como 
                                      un sílfide de luz, aunque su carácter 
                                      era reacio y salvaje. En cambio, de noche 
                                      era un feo sapo, plácido y lastimero, 
                                      de mirada triste. Se conjugaban en ella 
                                      dos naturalezas totalmente opuestas, que 
                                      se manifestaban alternativamente, tanto 
                                      en el aspecto físico como en el espiritual. 
                                      Pues, durante el día, la chiquilla 
                                      que trajera la cigüeña tenía 
                                      la figura de su madre y, al mismo tiempo, 
                                      el temperamento de su padre; de noche, en 
                                      cambio, su cuerpo recordaba el rey de la 
                                      ciénaga, su padre, mientras el corazón 
                                      y el sentir eran los de la madre. 
                                      ¿Quién podría romper 
                                      aquel encanto¡? Tal pensamiento obsesionaba 
                                      a la mujer del vikingo, que, a pesar de 
                                      todo, seguía encariñada con 
                                      la pobre criatura. Lo más prudente 
                                      sería no decir nada a su marido cuando 
                                      llegase, pues éste, siguiendo la 
                                      costumbre del país, no vacilaría 
                                      en abandonar en el camino a la pobre niña, 
                                      para que la recogiera quien se sintiese 
                                      con ánimos. La bondadosa mujer no 
                                      tenía valor para ello. Era necesario 
                                      que su esposo sólo viese a la criaturita 
                                      a la luz del día.