Der Zwerg
Nase fiel nieder vor dem mächtigen
Herzog in Frankenland, küßte
ihm die Füße und versprach, ihm
treu zu dienen.
So war nun der Kleine fürs erste versorgt,
und er machte seinem Amt Ehre. Denn man
kann sagen, daß der Herzog ein ganz
anderer Mann war, während der Zwerg
Nase sich in seinem Hause aufhielt. Sonst
hatte es ihm oft beliebt, die Schüsseln
oder Platten, die man ihm auftrug, den Köchen
an den Kopf zu werfen; ja, dem Oberküchenmeister
selbst warf er im Zorn einmal einen gebackenen
Kalbsfuß, der nicht weich genug geworden
war, so heftig an die Stirne, daß
er umfiel und drei Tage zu Bett liegen mußte.
Der Herzog machte zwar, was er im Zorn getan,
durch einige Hände voll Dukaten wieder
gut, aber dennoch war nie ein Koch ohne
Zittern und Zagen mit den Speisen zu ihm
gekommen. Seit der Zwerg im Hause war, schien
alles wie durch Zauber umgewandelt. Der
Herr aß jetzt statt dreimal des Tages
fünfmal, um sich an der Kunst seines
kleinsten Dieners recht zu laben, und dennoch
verzog er nie eine Miene zum Unmut. Nein,
er fand alles neu, trefflich, war leutselig
und angenehm und wurde von Tag zu Tag fetter.
El enano
Narizotas se postró ante el poderoso
duque de Frankistán, le besó
los pies y prometió servirle con fidelidad.
Así, el pequeño quedó
aprovisionado por el momento e hizo honor
a su cargo, pues se puede decir que el duque
fue un hombre totalmente diferente mientras
el enano Narizotas permaneció en su
casa.
En otras ocaciones le había gustado
de tirar con frecuencia a la cabeza de los
cocineros las fuentes o las bandejas que le
presentaban; incluso una vez, encolerizado,
arrojó tan vehemente a la frente del
propio maestro primero de cocina una pata
de ternera hecha la horno, que no había
quedado lo suficiente blanda, que éste
cayó y hubo de guardar cama tres días.
Por cierto, el duque desagraviaba con unos
puñados de ducados lo que hacía
en su cólera, pero aun así nunca
un cocinero había llegado a él
con la comida sin que le temblaran las carnes.
Desde que el enano estaba en la casa, todo
parecía cambiado como por magia. El
señor comía ahora cinco veces
al día en lugar de tres, para disfrutar
a gusto del arte de su servidor lo más
pequeño, y con todo, nunca el enfado
alteró su semblante. No, todo lo encontraba
nuevo, perfecto, era afable y complaciente,
y día a día iba poniéndose
más gordo.