Seite 4: Der Schweinehirt (El porquerizo) |
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Aber dieser
ließ sich nicht einschüchtern.
Er bemalte sich das Antlitz mit Braun und
Schwarz, drückte die Mütze tief
über den Kopf und klopfte an. "Guten
Tag, Kaiser!", sagte er. "Könnte
ich nicht hier auf dem Schlosse einen Dienst
bekommen?" Pero
éste no se dio por vencido. Se embadurnó
de negro la cara y, calándose una
gorra hasta las orejas, fue a llamar a palacio.
-Buenos días, señor emperador
-dijo-. ¿No podríais darme
trabajo en el castillo?
-Bueno -replicó el soberano-. Necesito a alguien para guardar los cerdos, pues tenemos muchos. Y así el príncipe pasó a ser porquerizo del emperador. Le asignaron un reducido y mísero cuartucho en los sótanos, junto a los cerdos, y allí hubo de quedarse. Pero se pasó el día trabajando, y al anochecer había elaborado un primoroso pucherito, rodeado de cascabeles, de modo que en cuanto empezaba a cocer las campanillas se agitaban, y tocaban aquella vieja melodía: ¡Ay, querido Agustín, todo tiene su fin, fin, fin!
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