Als Peter
am Montagmorgen in seine Glashütte
ging, da waren nicht nur seine Arbeiter
da, sondern auch andere Leute, die man nicht
gerne sieht, nämlich der Amtmann und
drei Gerichtsdiener. Der Amtmann wünschte
Peter einen guten Morgen, fragte, wie er
geschlafen, und zog dann ein langes Register
heraus, und darauf waren Peters Gläubiger
verzeichnet.
En la mañana
del lunes, cuando Pedro fue a su vidriería,
estaban allí, además de sus
obreros, otra gente a la que no se mira con
buenos ojos, pues el bailío y tres
alguaciles. El bailío dio los buenos
días a Pedro y le preguntó qué
tal había dormido; a continuación,
sacó una larga lista en la que figuraban
los acreedores de Pedro.
»Könnt Ihr zahlen
oder nicht?«, fragte der Amtmann mit
strengem Blick. »Und macht es nur
kurz, denn ich habe nicht viel Zeit zu versäumen,
und in den Turm ist es drei gute Stunden.«
Da verzagte Peter, gestand, daß er
nichts mehr habe, und überließ
es dem Amtmann, Haus und Hof, Hütte
und Stall, Wagen und Pferde zu schätzen;
und als die Gerichtsdiener und der Amtmann
umhergingen und prüften und schätzten,
dachte er, bis zum Tannenbühl ist's
nicht weit, hat mir der Kleine nicht geholfen,
so will ich es einmal mit dem Großen
versuchen.
- ¿Podéis pagar, o no?- preguntó
el bailío con mirada severa. -Y abreviad,
que no tengo mucho tiempo que perder, y hasta
la torre son tres horas. Pedro se acobardó, declaró que
no tenía nada más y dejó
al funcionario tasar la casa, la vidriería
y la cuadra, el carro y los caballos, y, mientras
los alguaciles y el bailío andaban
de un lado para otro, inspeccionando y tasando,
pensó que la colina de los abetos no
estaba lejos y que, si el pequeño no
le había ayudado, probaría esta
vez con el grande.
Er lief dem Tannenbühl zu,
so schnell, als ob die Gerichtsdiener ihm
auf den Fersen wären, es war ihm, als
er an dem Platz vorbeirannte, wo er das
Glasmännlein zuerst gesprochen, als
halte ihn eine unsichtbare Hand auf, aber
er riß sich los und lief weiter bis
an die Grenze, und kaum hatte er »Holländer-Michel,
Herr Holländer-Nüchel!«,
gerufen, als auch schon der riesengroße
Flözer mit seiner Stange vor ihm stand.
Corrió hacia la colina de los abetos,
tan rápido como si le pisaran los talones
los alguaciles; al pasar corriendo por el
lugar en que por primera vez habló
con el Hombrecillo de Cristal, sintió
como si una mano invisible le detuviese, pero
se soltó con violencia y siguió
corriendo hasta el límite; y apenas
había gritado
-¡Michel el Holandés! ¡Señor
Michel el Holandés!-, que ya tenía
delante al enorme almadiero con su vara.