Oh es konnte
die schönen, glücklichen Vögel
nicht vergessen; und sobald es sie nicht
mehr erblickte, tauchte es unter bis auf
den Grund, und als es wieder heraufkam,
war es wie außer sich. Es wußte
nicht, wie die Vögel hießen,
auch nicht, wohin sie flogen; aber doch
war es ihnen gut, wie es nie jemandem gewesen.
Es beneidete sie durchaus nicht. Wie konnte
es ihm einfallen, sich solche Lieblichkeit
zu wünschen?
Es wäre schon froh gewesen, wenn die
Enten es nur unter sich geduldet hätten
– das arme häßliche Tier!
Und der Winter wurde so kalt, so kalt! Das
Entlein mußte im Wasser herumschwimmen,
um das völlige Zufrieren desselben
zu verhindern; aber in jeder Nacht wurde
das Loch, in dem es schwamm, kleiner und
kleiner. Es fror so, daß es in der
Eisdecke knackte; das Entlein mußte
fortwährend die Beine gebrauchen, damit
das Loch sich nicht schloß.
Zuletzt wurde es matt, lag ganz still und
fror endlich im Eise fest.
Des Morgens früh kam ein Bauer; da
er dies sah, ging er hin, schlug mit seinem
Holzschuh das Eis in Stücke und trug
das Entlein heim zu seiner Frau. Da kam
es wieder zu sich.
¡Ah,
jamás podría olvidar aquellos
hermosos y afortunados pájaros! En
cuanto los perdió de vista, se sumergió
derecho hasta el fondo, y se hallaba como
fuera de sí cuando regresó a
la superficie. No tenía idea de cuál
podría ser el nombre de aquellas aves,
ni de adónde se dirigían, y,
sin embargo, eran más importantes para
él que todas las que había conocido
hasta entonces. No las envidiaba en modo alguno:
¿cómo se atrevería siquiera
a soñar que aquella gracia pudiera
pertenecerle? Ya se daría por satisfecho
con que los patos lo tolerasen, ¡pobre
criatura estrafalaria que era! ¡Cuán
frío se presentaba aquel invierno!
El patito se veía forzado a nadar incesantemente
para impedir que el agua se congelase en torno
suyo. Pero cada noche el hueco en que nadaba
se hacía más y más pequeño.
Vino luego una helada tan fuerte, que el patito,
para que el agua no se cerrase definitivamente,
ya tenía que mover las patas todo el
tiempo en el hielo crujiente. Por fin, debilitado
por el esfuerzo, se quedó muy quieto
y comenzó a congelarse rápidamente
sobre el hielo. A la mañana siguiente,
muy temprano, lo encontró un campesino.
Rompió el hielo con uno de sus zuecos
de madera, lo recogió y lo llevó
a casa. Allí recobró las fuerza.