Endlich
platzte ein Ei nach dem anderen; »Piep!
piep!«, sagte es, und alle Eidotter
waren lebendig geworden und steckten die
Köpfe heraus.
»Rapp! rapp!«, sagte sie; und
so rappelten sich alle, was sie konnten,
und sahen nach allen Seiten unter den grünen
Blättern; und die Mutter ließ
sie sehen, so viel sie wollten, denn das
Grüne ist gut für die Augen. »Wie
groß ist doch die Welt!«, sagten
alle Jungen, denn nun hatten sie freilich
viel mehr Platz, als wie sie noch drinnen
im Ei lagen. »Glaubt ihr, daß
dies die ganze Welt ist?«, sagte die
Mutter, »die erstreckt sich noch weit
über die andere Seite des Gartens,
gerade hinein in des Pfarrers Feld; aber
da bin ich noch nie gewesen!« –
»Ihr seid doch alle beisammen?«,
fuhr sie fort und stand auf. »Nein,
ich habe nicht alle; das größte
Ei liegt noch da; wie lange soll denn das
dauern! Jetzt bin ich es bald überdrüssig!«,
und so setzt sie sich wieder.
Por fin
empezaron a abrirse los huevos, uno tras otro.
- ¡Pip, pip!-, decían los pequeñitos;
las yemas habían tomado vida y los
patitos asomaban la pequeña cabecita
por la cáscara rota. - ¡Cuac,
cuac! - gritaban con todas sus fuerzas, mirando
a todos lados por entre las verdes hojas.
La madre los dejaba, pues el verde es bueno
para los ojos.
- ¡Qué grande es el mundo! -exclamaron los polluelos, pues ahora tenían mucho más lugar que dentro del huevo.
- ¿Creen que todo el mundo es esto? -dijo la madre-. Pues están muy equivocados. El mundo se extiende mucho más lejos, hasta el otro lado del jardín, y se mete en el campo del cura, aunque yo nunca he estado allí. ¿Están todos? -prosiguió, incorporándose-. Pues no, no los tengo a todos; el huevo grandote no se ha abierto aún. ¿Va a tardar mucho? ¡Ya estoy hasta la coronilla de tanto esperar.