Da ging
der heilige Petrus eine andere Straße,
Bruder Lustig aber dachte: »Es ist
gut, dass er abtrabt, es ist doch ein wunderlicher
Heiliger.«
Nun hatte er zwar Geld genug, wusste aber
nicht mit umzugehen, vertats, verschenkts,
und wie eine Zeit herum war, hatte er wieder
nichts. Da kam er in ein Land, wo er hörte,
dass die Königstochter gestorben wäre.
»Holla!, dachte er, »das kann
gut werden, die will ich wieder lebendig
machen und mirs bezahlen lassen, dass es
eine Art hat.« Ging also zum König
und bot ihm an, die Tote wieder zu erwecken.
Nun hatte der König gehört, dass
ein abgedankter Soldat herumziehe und die
Gestorbenen wieder lebendig mache, und dachte,
der Bruder Lustig wäre dieser Mann,
doch weil er kein Vertrauen zu ihm hatte,
fragte er erst seine Räte, die sagten
aber, er könnte es wagen, da seine
Tochter doch tot wäre.
Nun ließ sich der Bruder Lustig Wasser
im Kessel bringen, hieß jedermann
hinausgehen, schnitt die Glieder ab, warf
sie ins Wasser und machte Feuer darunter,
gerade wie er es beim heiligen Petrus gesehen
hatte. Das Wasser fing an zu kochen, und
das Fleisch fiel herab, da nahm er das Gebein
heraus und tat es auf die Tafel; er wusste
aber nicht, in welcher Ordnung es liegen
musste, und legte alles verkehrt durcheinander.
Dann stellte er sich davor und sprach:»Im
Namen der allerheiligsten Dreifaltigkeit,
Tote, steh auf,« und sprachs dreimal,
aber die Gebeine rührten sich nicht.
San Perdro
tomó otra carretera, mientras Hermano
Alegre pensaba -mejor que se marche, pues,
bien mirado, es un santo bien extraño.
Tenía ahora bastante dinero; pero como
era un manirroto y no sabía administrarlo,
lo derrochó en poco tiempo, y pronto
volvió a estar sin blanca. En esto
llegó a un país donde le dijeron
que la hija del Rey acababa de morir. - ¡Bien!
-pensó.- Ésta es la mía.
La resucitaré y me haré pagar
bien. ¡Así da gusto! -. Y, presentándose
al rey, le ofreció devolver la vida
a la princesa.
Es el caso que había llegado a oídos
del rey que un soldado licenciado andaba por
el mundo resucitando muertos, y pensó
que bien podía tratarse de Hermano
Alegre; sin embargo, no fiándose del
todo, consultó primero a sus consejeros,
los cuales opinaron que merecía la
pena realizar la prueba, dado que la princesa,
de todos modos, estaba muerta. Mandó
entonces Hermano Alegre que le trajese un
caldero con agua y, haciendo salir a todos,
cortó los miembros del cadáver,
los echó en el agua y encendió
fuego, tal como lo hubiera visto hacer a San
Pedro. Comenzó el agua a hervir, y
la carne se desprendió; sacando entonces
los huesos, los puso sobre la mesa; pero como
no sabía en qué orden debía
colocarlos, los juntó de cualquier
modo. Luego se adelantó y exclamó
- ¡en nombre de la Santísima
Trinidad, muerta, levántate! - y lo
dijo tres veces, pero los huesos no se movieron.