Nun lag
Schneewittchen lange lange Zeit in dem Sarg
und verweste nicht, sondern sah aus, als
wenn es schliefe, denn es war noch so weiß
als Schnee, so rot als Blut, und so schwarzhaarig
wie Ebenholz. Es geschah aber, daß
ein Königssohn in den Wald geriet und
zu dem Zwergenhaus kam, da zu übernachten.
Er sah auf dem Berg den Sarg und das schöne
Schneewittchen darin, und las, was mit goldenen
Buchstaben darauf geschrieben war. Da sprach
er zu den Zwergen:"Laßt mir den
Sarg, ich will euch geben, was ihr dafür
haben wollt."
Aber die Zwerge antworteten:"Wir geben
ihn nicht um alles Gold in der Welt."
Da sprach er:"So schenkt mir ihn, denn
ich kann nicht leben, ohne Schneewittchen
zu sehen, ich will es ehren und hochachten
wie mein Liebstes."
Wie er so sprach, empfanden die guten Zwerglein
Mitleiden mit ihm und gaben ihm den Sarg.
Der Königssohn ließ ihn nun von
seinen Dienern auf den Schultern forttragen.
Da geschah es, daß sie über einen
Strauch stolperten, und von dem Schüttern
fuhr der giftige Apfelgrütz, den Schneewittchen
abgebissen hatte, aus dem Hals. Und nicht
lange, so öffnete es die Augen, hob
den Deckel vom Sarg in die Höhe, und
richtete sich auf, und war wieder lebendig.
" 'Ach Gott, wo bin ich?", rief
es.
Der Königssohn sagte voll Freude:"Du
bist bei mir", und erzählte, was
sich zugetragen hatte und sprach:"Ich
habe dich lieber als alles auf der Welt;
komm mit mir in meines Vaters Schloß,
du sollst meine Gemahlin werden."
Da war ihm Schneewittchen gut und ging mit
ihm, und ihre Hochzeit ward mit großer
Pracht und Herrlichkeit angeordnet.
Y así
estuvo Blancanieves mucho tiempo, reposando
en su ataúd, sin descomponerse, como
dormida, pues seguía siendo blanca
como la nieve, roja como la sangre y con el
cabello negro como ébano.
Sucedió, empero, que un príncipe
que se había metido en el bosque, se
dirigió a la casa de los enanitos,
para pasar la noche. Vio en la montaña
el ataúd que contenía a la hermosa
Blancanieves y leyó la inscripción
grabada con letras de oro.
Dijo entonces a los enanos
- dadme el ataúd, os pagaré
por él lo que me pidáis.
Pero los enanos contestaron.
- ni por todo el oro del mundo lo venderíamos.
- En tal caso, regaládmelo - propuso
el príncipe -, pues ya no podré
vivir sin ver a Blancanieves. La honraré
y reverenciaré como a lo que más
quiero.
Al oír estas palabras, los enanitos
sintieron compasión del príncipe
y le regalaron el féretro.
El príncipe mandó que sus criados
lo transportasen en hombros. Pero ocurrió
que en el camino tropezaron con una mata,
y de la sacudida saltó del cuello de
Blancanieves el bocado de la manzana envenenada,
que había mordiscado. Y, al poco rato,
la princesa abrió los ojos y recobró
la vida.
Levantó la tapa del ataúd, se
incorporó y volvió en sí.
- ¡Dios Santo!, ¿dónde
estoy?- exclamó.
Y el príncipe le respondió,
loco de alegría
- estás conmigo - y, después
de explicarle todo lo ocurrido, le dijo
- te quiero más que a nadie en el mundo.
Vente al castillo de mi padre y serás
mi esposa.
Accedió Blancanieves y se marchó
con él al palacio, donde enseguida
se dispuso la boda, que debía celebrarse
con gran magnificencia y esplendor.