Eine arme
Witwe, die lebte einsam in einem Hüttchen,
und vor dem Hüttchen war ein Garten,
darin standen zwei Rosenbäumchen, davon
trug das eine weiße, das andere rote
Rosen; und sie hatte zwei Kinder, die glichen
den beiden Rosenbäumchen, und das eine
hieß Schneeweißchen, das andere
Rosenrot. Sie waren aber so fromm und gut,
so arbeitsam und unverdrossen, als je zwei
Kinder auf der Welt gewesen sind: Schneeweißchen
war nur stiller und sanfter als Rosenrot.
Rosenrot sprang lieber in den Wiesen und Feldern
umher, suchte Blumen und fing Sommervögel;
Schneeweißchen aber saß daheim
bei der Mutter, half ihr im Hauswesen oder
las ihr vor, wenn nichts zu tun war. Die beiden
Kinder hatten einander so lieb, daß
sie sich immer an den Händen faßten,
sooft sie zusammen ausgingen; und wenn Schneeweißchen
sagte:
»Wir wollen uns nicht verlassen«,
so antwortete Rosenrot: »Solange wir
leben, nicht«, und die Mutter setzte
hinzu: »Was das eine hat, soll's mit
dem andern teilen.« Oft liefen sie im
Walde allein umher und sammelten rote Beeren,
aber kein Tier tat ihnen etwas zuleid, sondern
sie kamen vertraulich herbei: das Häschen
fraß ein Kohlblatt aus ihren Händen,
das Reh graste an ihrer Seite, der Hirsch
sprang ganz lustig vorbei, und die Vögel
blieben auf den Ästen sitzen und sangen,
was sie nur wußten.
Una pobre
viuda vivía en una pequeña choza
solitaria, ante la cual había un jardín
con dos rosales: uno, de rosas blancas, y
el otro, de rosas encarnadas.
La mujer tenía dos hijas que se parecían
a los dos rosales, y se llamaban Blancanieve
y Rojaflor.
Eran tan buenas y piadosas, tan trabajadoras
y incansables, que no se hallarían
otras iguales en todo el mundo; sólo
que Blancanieve era más apacible y
dulce que Rojaflor.
A Rojaflor le gustaba correr y saltar por
campos y prados, buscar flores y cazar mariposas,
mientras Blancanieve prefería estar
en casa, al lado de su madre, ayudándola
en sus quehaceres o leyéndose en voz
alta cuando no había otra ocupación
a que atender. Las dos niñas se querían
tanto, que salían cogidas de la mano,
y cuando Blancanieve decía
-Jamás nos separaremos-
c ontestaba Rojaflor
-no, mientras vivamos- y la madre añadía
-lo que es de una, ha de ser de la otra.-
Con frecuencia salían las dos al bosque,
a recoger fresas. Nunca les hizo daño
ningún animal, al contrario, se les
acercaban confiados. La pequeña liebre
acudía a comer una hoja de col de sus
manos; el corzo pacía a su lado, el
ciervo saltaba alegremente en torno, y los
pájaros, posadas en las ramas, gorjeabanlo
que sabían.