Der Kalif,
der seinem Großwesir schon lange gerne
eine Freude gemacht hätte, schickte
seinen schwarzen Sklaven hinunter, um den
Krämer heraufzuholen. Bald kam der
Sklave mit dem Krämer zurück.
Dieser war ein kleiner, dicker Mann, schwarzbraun
im Gesicht und in zerlumptem Anzug. Er trug
einen Kasten, in welchem er allerhand Waren
hatte, Perlen und Ringe, reichbeschlagene
Pistolen, Becher und Kämme.
Der Kalif und sein Wesir musterten alles
durch, und der Kalif kaufte endlich für
sich und Mansor schöne Pistolen, für
die Frau des Wesirs aber einen Kamm. Als
der Krämer seinen Kasten schon wieder
zumachen wollte, sah der Kalif eine kleine
Schublade und fragte, ob darin auch noch
Waren seien. Der Krämer zog die Schublade
heraus und zeigte darin eine Dose mit schwärzlichem
Pulver und ein Papier mit sonderbarer Schrift,
die weder der Kalif noch Mansor lesen konnte.
»Ich bekam einmal diese zwei Stücke
von einem Kaufmann, der sie in Mekka auf
der Straße fand«, sagte der
Krämer, »Ich weiß nicht,
was sie enthalten; euch stehen sie um geringen
Preis zu Dienst, ich kann doch nichts damit
anfangen.«
Der Kalif, der in seiner Bibliothek gerne
alte Manuskripte hatte, wenn er sie auch
nicht lesen konnte, kaufte Schrift und Dose
und entließ den Krämer. Der Kalif
aber dachte, er möchte gerne wissen,
was die Schrift enthalte und fragte den
Wesir, ob er keinen kenne, der es entziffern
könnte.
El califa,
que hacía ya mucho quería
dar una alegría a su gran visir envió
abajo a su esclavo negro para traer al vendedor.
El esclavo regresó pronto con el
mercader. Éste era un hombre pequeño
y gordo, de rostro moreno y con un traje
harapiento.
Llevaba una caja con toda clase de cosas,
perlas y anillos, pistolas ricamente guarnecidas,
copas y peines.
El califa y su visir examinaron todo lo
que llevaba y finalmente el califa compró
para él y para Mansor unas hermosas
pistolas, y para la esposa del visir un
peine. Cuando el buhonero iba ya a cerrar
la caja, el califa observó un cajón
pequeño y preguntó si también
allí guardaba mercancías.
El buhonero lo abrió y les mostró
una cajita con polvo negruzco y un papel
con una escritura extraña, que ni
el califa ni Mansor sabían leer.
-Recibí una vez estas dos cosas de
un mercader que las había encontrado
en La Meca, en la calle-, dijo el buhonero
-y no sé lo que contienen. Serán
vuestros por poco dinero, a mí no
me sirven para nada.-
El califa, a quien gustaba conservar antiguos
manuscritos en su biblioteca, aunque no
pudiese leerlos, compró el escrito
y la caja y despidió el buhonero.
Pero el califa pensó que le gustaría
saber el contenido del escrito y preguntó
al visir si no conocía a nadie que
pudiese descifrarlo.