Es war
einmal ein kleines Mädchen, gar fein
und hübsch; aber es war arm und mußte
im Sommer immer barfuß gehen, und
im Winter mit großen Holzschuhen,
so daß der kleine Spann ganz rot wurde;
es war zum Erbarmen.
Mitten im Dorfe wohnte die alte Schuhmacherin;
sie setzte sich hin und nähte, so gut
sie es konnte, von alten roten Tuchlappen
ein paar kleine Schuhe. Recht plump wurden
sie ja, aber es war doch gut gemeint, denn
das kleine Mädchen sollte sie haben.
Das kleine Mädchen hieß Karen.
Just an dem Tage, als ihre Mutter begraben
wurde, bekam sie die roten Schuhe und zog
sie zum ersten Male an; sie waren ja freilich
zum Trauern nicht recht geeignet, aber sie
hatte keine anderen, und so ging sie mit
nackten Beinchen darin hinter dem ärmlichen
Sarge her. Da kam gerade ein großer,
altmodischer Wagen dahergefahren; darin
saß eine stattliche alte Dame. Sie
sah das kleine Mädchen an und hatte
Mitleid mit ihm, und deshalb sagte sie zu
dem Pfarrer:»Hört, gebt mir das
kleine Mädchen, ich werde für
sie sorgen und gut zu ihr sein!«
Érase
una vez una niñita muy pequeña
y delicada; pero era pobre y en verano tenía
que andar siempre descalza y en invierno con
zuecos grandes que le dejaban el pequeño
empeine terriblemente lastimado.
En el centro del pueblo vivía una anciana
zapatera que hizo un par de zapatitos con
unos retazos de tela roja. Los zapatos resultaron
un tanto desmañados, pero hechos con
la mejor intención para la pequeña
niña. La pequeña niña
se llamaba Karen.
Justamente el día en que enterraron
a su madre recibió los zapatos rojos
y los estrenó; ciertamente los zapatos
no eran adecuados para el luto, pero ella
no tenía otros, de modo que marchó
detrás del pobre ataúd con los
zapatos rojos y sin medias. Acabó de
llegar un grande y anticuado coche, en cuyo
interior iba sentada una anciana señora.
Al ver a la niñita, la señora
sintió mucha pena por ella, y dijo
al sacerdote
-oiga, deme usted a esa niña para que
me la lleve y la cuide con todo cariño.
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