Um den
Hals hing ein kleines Band, und darauf stand
geschrieben:»Des Kaisers von Japan
Nachtigall ist arm gegen die des Kaisers
von China.«
»Das ist herrlich!«, sagten
alle, und der Mann, der den künstlichen
Vogel gebracht hatte, erhielt sogleich den
Titel: Kaiserlicher Oberhofnachtigallbringer.
»Nun müssen sie zusammen singen!
Was wird das für ein Genuß werden!«
Sie mußten zusammen singen, aber es
wollte nicht recht gehen, denn die wirkliche
Nachtigall sang auf ihre Weise, und der
Kunstvogel ging auf Walzen.
»Der hat keine Schuld«, sagte
der Spielmeister; »der ist besonders
taktfest und ganz nach meiner Schule!«
Nun sollte der Kunstvogel allein singen.
Er machte ebenso viel Glück wie der
wirkliche, und dann war er viel niedlicher
anzusehen; er glänzte wie Armbänder
und Brustnadeln.
Dreiunddreißigmal sang er ein und
dasselbe Stück und war doch nicht müde;
die Leute hätten ihn gern wieder von
vorn gehört, aber der Kaiser meinte,
daß nun auch die lebendige Nachtigall
etwas singen solle. Aber wo war die? Niemand
hatte bemerkt, daß sie aus dem offenen
Fenster fort zu ihren grünen Wäldern
geflogen war.
Llevaba
una cinta atada al cuello y en ella estaba
escrito: «El ruiseñor del Emperador
del Japón es pobre en comparación
con el del Emperador de la China».
-¡Soberbio! -exclamaron todos, y el
emisario que había traído el
ave artificial recibió inmediatamente
el título de Gran Portador Imperial
de Ruiseñores. -Ahora van a cantar
juntos. ¡Qué dúo harán!
Y los hicieron cantar a dúo; pero la
cosa no marchaba, pues el ruiseñor
auténtico lo hacía a su manera
y el artificial iba con cuerda.
-No es culpable-dijo el Director de la Orquesta
Imperial-; mantiene el compás exactamente
y sigue mi método al pie de la letra.
En adelante, el pájaro artificial tuvo
que cantar solo. Obtuvo tanto éxito
como el otro; además, era mucho más
bonito, pues brillaba como un puñado
de pulseras y broches. Repitió treinta
y tres veces la misma melodía, sin
cansarse, y los cortesanos querían
volver a oírla de nuevo, pero el emperador
opinó que también el ruiseñor
verdadero debía cantar algo. Pero,
¿dónde se había metido?
Nadie se había dado cuenta de que,
saliendo por la ventana abierta, había
vuelto a su verde bosque.