Lange stand
der kleine Muck vor Schrecken leblos. Jetzt
war sein Schicksal entschieden, jetzt mußte
er entfliehen, sonst schlug ihn die Alte
tot. Sogleich war auch seine Reise beschlossen,
und nur noch einmal wollte er sich umschauen,
ob er nichts von den Habseligkeiten der
Frau Ahavzi zu seinem Marsch brauchen könnte.
Da fielen ihm ein Paar mächtig große
Pantoffeln ins Auge; sie waren zwar nicht
schön; aber seine eigenen konnten keine
Reise mehr mitmachen; auch zogen ihn jene
wegen ihrer Größe an; denn hatte
er diese am Fuß, so mußten ihm
hoffentlich alle Leute ansehen, daß
er die Kinderschuhe vertreten habe.
Er zog also schnell seine Töffelein
aus und fuhr in die großen hinein.
Ein Spazierstöcklein mit einem schön
geschnittenen Löwenkopf schien ihm
auch hier allzu müßig in der
Ecke zu stehen; er nahm es also mit und
eilte zum Zimmer hinaus.
Schnell ging er jetzt auf seine Kammer,
zog sein Mäntelein an, setzte den väterlichen
Turban auf, steckte den Dolch in den Gürtel
und lief, so schnell ihn seine Füße
trugen, zum Haus und zur Stadt hinaus. Vor
der Stadt lief er, aus Angst vor der Alten,
immer weiter fort, bis er vor Müdigkeit
beinahe nicht mehr konnte. So schnell war
er in seinem Leben nicht gegangen; ja, es
schien ihm, als könne er gar nicht
aufhören zu rennen; denn eine unsichtbare
Gewalt schien ihn fortzureißen.
Endlich bemerkte er, daß es mit den
Pantoffeln eine eigene Bewandtnis haben
müsse; denn diese schossen immer fort
und führten ihn mit sich.
Er versuchte auf allerlei Weise stillzustehen;
aber es wollte nicht gelingen; da rief er
in der höchsten Not, wie man den Pferden
zuruft, sich selbst zu:»Oh - oh, halt,
oh!«
Da hielten die Pantoffeln, und Muck warf
sich erschöpft auf die Erde nieder.
El pequeño
Muck se quedó como petrificado del
susto. Ahora su destino estaba decidido, tenía
que huir ya, o la vieja le mataría.
Inmediatamente decidió marcharse y
sólo una vez quiso echar un vistazo
a su alrededor por si podía servirle
alguno de los trastos de la señora
Ahavzi para su viaje.
Le llamaron la atención un par de babuchas
grandísimas; no eran bonitas, pero
las suyas no soportarían otro viaje;
además, le atraían aquéllas
por su tamaño, porque, llevándolas
puestas era de suponer que todo el mundo vería
que ya no era un niño.
Rápidamente dejó sus babuchillas
y se calzó las grandes. Un bastoncillo
de paseo con cabeza de león artísticamente
tallada le pareció que estaba olvidado
en el rincón, así que lo cogió
y se apresuró a salir.
Rápidamente corrió a su habitación,
se puso su capita y el turbante de su padre,
se colgó la daga del cinturón
y se dispuso, con toda la velocidad que le
permitían sus pies, a abandonar la
casa y la ciudad.
Por miedo a la vieja, se alejó más
y más de la ciudad hasta que casi no
podía tenerse en pie de fatiga.
Nunca en su vida había andado con tal
velocidad e incluso le pareció que
no podía parar de correr, pues una
fuerza invisible le impulsaba a continuar.
Por fin observó que las babuchas debían
ser un caso particular, pues seguían
avanzando y le llevaban consigo.
Intentó por todos los medios detenerse,
pero no era capaz; con el mayor apuro, exclamó
a sí mismo, como cuando se les grita
a los caballos
-¡oh, oh, alto!
Las babuchas se detuvieron entonces y Muck
se echó en el suelo agotado.