Als er
endlich wieder nach Alessandria kam, ritt
er vor das Haus seines alten Meisters, stieg
ab, band sein Rößlein an die
Türe und trat in die Werkstatt. Der
Meister, der ihn nicht gleich kannte, machte
ein großes Wesen und fragte, was ihm
zu Dienst stehe; als er aber den Gast näher
ansah und seinen alten Labakan erkannte,
rief er seine Gesellen und Lehrlinge herbei,
und alle stürzten sich wie wütend
auf den armen Labakan, der keines solchen
Empfangs gewärtig war, stießen
und schlugen ihn mit Bügeleisen und
Ellenmaß, stachen ihn mit Nadeln und
zwickten ihn mit scharfen Scheren, bis er
erschöpft auf einen Haufen alter Kleider
niedersank.
Als er nun so dalag, hielt ihm der Meister
eine Strafrede über das gestohlene
Kleid; vergebens versicherte Labakan, daß
er nur deswegen wiedergekommen sei, um ihm
alles zu ersetzen, vergebens bot er ihm
den dreifachen Schadenersatz, der Meister
und seine Gesellen fielen wieder über
ihn her, schlugen ihn weidlich und warfen
ihn zur Türe hinaus; zerschlagen und
zerfetzt stieg er auf das Roß Murva
und ritt in eine Karawanserei. Dort legte
er sein müdes, zerschlagenes Haupt
nieder und stellte Betrachtungen an über
die Leiden der Erde, über das so oft
verkannte Verdienst und über die Nichtigkeit
und Flüchtigkeit aller Güter.
Er schlief mit dem Entschluß ein,
aller Größe zu entsagen und ein
ehrsamer Bürger zu werden.
Und den andere Tag gereute ihn sein Entschluß
nicht; denn die schweren Hände des
Meisters und seiner Gesellen schienen alle
Hoheit aus ihm herausgeprügelt zu haben.
Al llegar
de nuevo a Alejandría, pasó
ante la casa de su antiguo maestro, se detuvo,
ató su caballo a la puerta y entró
en el taller.
El maestro que no le reconoció inmediatamente,
hizo una gran reverencia y le preguntó
en que podía servirle; pero cuando
miró mejor al recién llegado
y reconoció a su viejo Labakán,
llamó a sus oficiales y aprendices,
y todos se lanzaron sobre el pobre Labakán,
que no esperaba tal acogida, y le empujaron
y golpearon con planchas y varas, le pincharon
con agujas y le pellizcaron con las puntiagudas
tijeras, hasta que cayó agotado sobre
un montón de trajes viejos.
Y, mientras estaba allí caído,
el maestro le echó un sermón
sobre el traje robado; en vano aseguró
Labakán que había regresado
sólo para restituirlo, en vano le ofreció
el triple para pagar daños; el maestro
y sus aprendices volvieron a la carga, le
golpearon con fuerza y le echaron fuera.
Deshecho y desgarrado, subió al caballo
Murva y se dirigió a un lugar de descanso
de caravanas. Allí reposó su
cabeza cansada y golpeada, y reflexionó
sobre las penas de este mundo, sobre los méritos
no reconocidos y sobre la vanidad y fugacidad
de todos los bienes.
Se durmió con la decisión de
renunciar a toda grandeza y convertirse en
un honrado ciudadano.
Y al día siguiente se mantuvo en su
decisión, pues las pesadas manos del
maestro y de sus oficiales parecían
haberle arrancado toda la majestad.