Beschämt,
vernichtet, wie er war, vermochte der arme
Schneidergeselle nichts zu erwidern; er
warf sich vor dem Prinzen nieder, und Tränen
drangen ihm aus den Augen:»Könnt
Ihr mir vergeben, Prinz?«, sagte er.
»Treue gegen den Freund, Großmut
gegen den Feind ist des Abassiden Stolz«,
antwortete der Prinz, indem er ihn aufhob,
»gehe hin in Frieden!«
»O du mein echter Sohn!«, rief
gerührt der alte Sultan und sank an
die Brust des Sohnes; die Emire und Bassas
und alle Großen des Reiches standen
auf von ihren Sitzen und riefen:»Heil
dem neuen Königssohn!« Und unter
dem allgemeinen Jubel schlich sich Labakan,
sein Kistchen unter dem Arm, aus dem Saal.
Er ging hinunter in die Ställe des
Sultans, zäumte sein Roß Murva
auf und ritt zum Tore hinaus, Alessandria
zu. Sein ganzes Prinzenleben kam ihm wie
ein Traum vor, und nur das prachtvolle Kistchen,
reich mit Perlen und Diamanten geschmückt,
erinnerte ihn, daß er doch nicht geträumt
habe.
Avergonzado
y anonadado como estaba, el pobre aprendiz
de sastre no se atrevió a responder
nada; se arrodilló ante el príncipe
y las lágrimas le llenaron los ojos
-¿podríais perdonarme, príncipe?-
dijo.
-Fidelidad para el amigo y generosidad para
el enemigo es el orgullo de los Abasíes-,
respondió el príncipe haciéndole
levantar, -vete en paz.
-¡Hijo mío verdadero!- exclamó
emocionado el viejo sultán abrazándole.
Los emires y pachás y todos los grandes
del reino se levantaron de sus asientos y
prorrumpieron en gritos de "¡Salve
al nuestro hijo del rey!" Y en medio
del alborozo general, Labakán se esfumó
del salón con su cajita bajo el brazo.
Bajó a los establos del sultán,
embridó su caballo Murva y cabalgó
hacia la puerta en dirección a Alejandría.
Toda su vida de príncipe le pareció
como un sueño, y únicamente
la magnífica cajita, ricamente adornada
con perlas y diamantes, le recordaba que no
había soñado.