Als Mitternacht
vorbei war und die Räuber von weitem
sahen, daß kein Licht mehr im Haus
brannte, auch alles ruhig schien, sprach
der Hauptmann: »Wir hätten uns
doch nicht sollen ins Bockshorn jagen lassen«,
und hieß einen hingehen und das Haus
untersuchen. Der Abgeschickte fand alles
still, ging in die Küche, ein Licht
anzuzünden, und weil er die glühenden,
feurigen Augen der Katze für lebendige
Kohlen ansah, hielt er ein Schwefelhölzchen
daran, daß es Feuer fangen sollte.
Aber die Katze verstand keinen Spaß,
sprang ihm ins Gesicht, spie und kratzte.
Da erschrak er gewaltig, lief und wollte
zur Hintertüre hinaus, aber der Hund,
der da lag, sprang auf und biß ihn
ins Bein; und als er über den Hof
an dem Miste vorbeirannte, gab ihm der
Esel noch einen tüchtigen Schlag mit
dem Hinterfuß; der Hahn aber, der
vom Lärmen aus dem Schlaf geweckt
und munter geworden war, rief vom Balken
herab: »Kikeriki!«
A media noche, observando desde lejos los ladrones que no había luz en la casa y que todo parecía tranquilo, dijo el
capitán:
- No debíamos habernos asustado tan fácilmente- y envió a uno de los de la cuadrilla a explorar el terreno.
El mensajero lo encontró todo quieto y silencioso, y entró en la cocina para encender luz. Tomando los brillantes ojos del gato por brasas encendidas, aplicó a ellos un fósforo, para que prendiese. Pero el gato no estaba para bromas y, saltándole al rostro, se puso a soplarle y arañarle. Asustado el hombre, echó a correr hacia la puerta trasera; pero el perro, que dormía allí, se levantó de un brinco y le hincó los dientes en la pierna; y cuando el bandolero, en su huida, atravesó la era por encima del estercolero, el asno le propinó una recia coz, mientras el gallo, despertado por todo aquel alboroto y, ya muy animado, gritaba desde su viga: «¡Kikirikí!».