So war
es. Klein-Helga sah es, verstand es und
sank auf die Knie. Die Sonne brach strahlend
hervor, und wie einst in längst vergangener
Zeit bei ihren Strahlen die Froschhaut fiel
und die herrliche Gestalt sichtbar wurde,
so erhob sich nun unter der Taufe des Lichts
eine Schönheitsgestalt, klarer und
reiner als die Luft, ein Lichtstrahl –
zum Vater empor. Der Leib verfiel in Staub,
und wo er gestanden hatte, lag eine welke
Lotosblume. »Das war doch ein neuer
Schluß bei der Geschichte«,
sagte der Storchvater; »den hätte
ich nie und nimmer erwartet, aber er gefällt
mir ganz gut.« »Was wohl die
Jungen dazu sagen werden?«, fragte
die Storchmutter. »Ja, das ist freilich
das Wichtigste«, sagte der Storchvater.
Y así
era. Helga lo vio, y, comprendiendo, cayó
de rodillas. Salió el sol, y como
en otra ocasión se desprendiera bajo
sus rayos la envoltura de rana dejando al
descubierto a la bella figura, así
ahora se elevó al Padre, por la acción
del bautismo de luz, una figura bellísima,
más clara y más pura que el
aire: un rayo luminoso. El cuerpo se convirtió
en polvo, y donde había estado apareció
una marchita flor de loto. -Es un nuevo
epílogo de la historia -dijo la cigüeña
padre-. Jamás lo habría esperado.
Pero me gusta.
-¿Qué dirán de él
los pequeños? -preguntó la
madre. -Sí, claro, esto es lo más
importante -respondió el padre.