»Und
die Lotosblume, die ich mitbringen sollte«,
sagte die ägyptische Prinzessin, »fliegt
im Schwanenkleide an meiner Seite! Meines
Herzens Blume bringe ich mit, das war die
Lösung. Heimwärts, Heimwärts!«
Doch Helga sagte, daß sie das dänische
Land nicht verlassen könne, ehe sie
noch einmal ihre Pflegemutter, die liebreiche
Wikingerfrau, gesehen habe. Vor Helgas Gedanken
erstand jede schöne Erinnerung, jedes
liebevolle Wort, jede Träne, die ihre
Pflegemutter um sie geweint hatte, und fast
war es ihr in diesem Augenblick, als liebte
sie diese Mutter am meisten. »Ja,
wir müssen zum Wikingerhofe!«,
sagte der Storchvater, »dort warten
ja Mutter und die Jungen! Wie sie die Augen
aufreißen und die Klapper in Gang
bringen werden! Mutter sagt ja nicht viel;
sie ist kurz und bündig, meint es aber
um so besser! Ich will gleich einmal klappern,
damit sie hören können, daß
wir kommen.« Und dann klapperte der
Storchvater mit dem Schnabel, und er und
die Schwäne flogen zur Wikingerburg.
-Y la flor
de loto que debía llevar -dijo la princesa
egipcia va conmigo entre las plumas del cisne;
llevo la flor de mi corazón, eso ha
sido la solución.
¡A casa, a casa! Pero Helga declaró
que no podía abandonar la tierra danesa
sin ver a su madre adoptiva, la amorosa mujer
del vikingo. Cada bello recuerdo, cada palabra
cariñosa, cada lágrima que había
vertido aquella mujer se presentaba ahora
claramente al alma de la muchacha, y en aquel
momento le pareció que aquélla
era la madre a quien más quería.
-Sí, pasaremos por la casa del vikingo
-dijo la cigüeña padre-. Allí
nos aguardan la madre y los pequeños.
¡Cómo abrirán los ojos
y soltarán el pico! Mi mujer no habla
mucho, sino en pocas palabras, pero lo hace
con la mejor intención. Haré
un poco de ruido para que se enteren de nuestra
llegada. Y la cigüeña padre castañeteó
con el pico, siguiendo luego el vuelo hacia
la mansión de los vikingos, acompañado
de los cisnes.