Schon zeitig
während der Herbsternte kam der Wiking
mit Beute und Gefangenen heim. Unter diesen
war ein junger christlicher Priester, einer
der Männer, die die alten nordischen
Götter verfolgten. Oft in letzter Zeit
war in der Halle und dem Frauengemach über
den neuen Glauben gesprochen worden, der
sich weit in allen südlichen Ländern
verbreitet hatte, ja sogar durch den heiligen
Ansgarius schon bis in den Norden vorgedrungen
war. Selbst die kleine Helga hatte von dem
Glauben an den weißen Christus gehört,
der aus Liebe zu den Menschen sich selbst
geopfert hatte, um sie zu erlösen;
das war ihr, wie man zu sagen pflegt, zum
einen Ohr hinein und zum anderen wieder
hinaus gegangen. Für das Wort Liebe
schien sie nur Empfindung zu haben, wenn
sie in elender Froschgestalt zusammengeschrumpft
in der verschlossenen Kammer saß.
Aber die Wikingerfrau hatte aufmerksam gelauscht
und sich seltsam ergriffen gefühlt
bei den Geschichten und Sagen, die über
den Sohn des einzigen wahren Gottes umliefen.
Aquella
vez el vikingo llegó antes que de costumbre,
en el tiempo de la cosecha, con botín
y prisioneros. Entre éstos venía
un joven sacerdote cristiano, uno de esos
que perseguían a los antiguos dioses
de los países nórdicos. En los
últimos años se había
hablado a menudo en la hacienda y en el aposento
de las mujeres, de aquella nueva fe que se
había difundido en todas las tierras
del Mediodía, y que San Ansgario había
llevado ya incluso hasta el Norte. Hasta la
pequeña Helga había oído
hablar de la religión del Cristo blanco,
que, por amor a los hombres, había
venido a redimirlos. Verdad es que la noticia,
como suele decirse, le había entrado
por un oído y salido por el otro. La
palabra amor sólo parecía tener
sentido para ella cuando, en el cerrado aposento,
se contraía para transformarse en la
mísera rana.
Pero la mujer del vikingo no había
echado la nueva en saco roto, y los informes
y relatos que circulaban sobre aquel Hijo
del único Dios verdadero, la habían
impresionado profundamente.