"Und
erschloß sich uns", entgegnete
der Schreiber, "erschloß sich
uns da nicht ein neues, nie gekanntes Reich,
das Land der Genien und Feen, bebaut mit
allen Wundern der Pflanzenwelt, mit reichen
Palästen von Smaragden und Rubinen,
mit riesenhaften Sklaven bevölkert,
die erschienen, wenn man einen Ring hin
und wider dreht oder die Wunderlampe reibt
oder das Wort Salomos ausspricht, und in
goldenen Schalen herrliche Speisen bringen?
Wir fühlten uns unwillkürlich
in jenes Land versetzt, wir machten mit
Sindbad seine wunderbaren Fahrten, wir gingen
mit Harun Al-Raschid, dem weisen Beherrscher
der Gläubigen, abends spazieren, wir
kannten Giaffar, seinen Wesir, so gut als
uns selbst, kurz, wir lebten in jenen Geschichten,
wie man nachts in Träumen lebt, und
es gab keine schönere Tageszeit für
uns als den Abend, wo wir uns einfanden
auf den Rasenplatz, und der alte Sklave
uns erzählte. Aber sage uns, Alter,
worin liegt es denn eigentlich, daß
wir damals so gerne erzählen hörten,
daß es noch jetzt für uns keine
angenehmere Unterhaltung gibt?"
Die Bewegung, die im Zimmer entstand, und
die Aufforderung zur Aufmerksamkeit, die
der Sklavenaufseher gab, verhinderten den
Alten zu antworten. Die jungen Leute wußten
nicht, ob sie sich freuen sollten, daß
sie eine neue Geschichte anhören durften,
oder ungehalten sein darüber, daß
ihr anziehendes Gespräch mit dem Alten
unterbrochen worden war; aber ein zweiter
Sklave erhob sich bereits und begann:
-Y se nos
abrió- respondió el escritor,
¿no se nos abrió un reino nuevo
y desconocido, la patria de los genios y de
las hadas, poblado de todas las maravillas
del mundo de las plantas, con ricos palacios
des esmeraldas y rubíes, habitado por
gigantescos esclavos, que aparecían
a veces al dar la vuelta a un anillo, al frotar
la lámpara maravillosa o al pronunciar
las palabras de Salomón, trayendo deliciosos
platos en bandejas de oro?
Sin darnos cuenta nos sentíamos transportados
a aquel país, acompañábamos
a Simbad en sus asombrosos viajes, íbamos
por las noches a pasear con Harum al-Raschid,
el sabio señor de los creyentes, conocíamos
a su visir Giafar tan bien como a cualquiera
de nosotros; en una palabra, vivíamos
en aquellas historias como se vive de noche
en los sueños, y no encontrábamos
momento del día más delicioso
que la tarde, cuando nos sentábamos
en el césped y el viejo esclavo nos
contaba cuentos. Peri dinos, ancianos, ¿cuál
es en realidad el motivo de que entonces nos
gustaran tanto las historias y aun ahora no
haya para nosotros distracción más
agradable?-
El movimiento que se produjo en la sala y
la llamada de atención del veedor de
esclavos impidió al anciano contestar.
Los jóvenes no sabían si alegrarse
porque iban a oír una nueva historia
o sentirse contrariados por haberse visto
interrumpida su interesante conversación
con el anciano.
Pero el segundo esclavo se levantaba ya y
empezó a hablar.