Der Mundkoch 
                                      ließ sich von einem Küchenjungen 
                                      einen goldenen Löffel reichen, spülte 
                                      ihn im Bach und überreichte ihn dem 
                                      Oberküchenmeister. Dieser trat mit 
                                      feierlicher Miene an den Herd, nahm von 
                                      den Speisen, kostete, drückte die Augen 
                                      zu, schnalzte vor Vergnügen mit der 
                                      Zunge und sprach dann:"Köstlich, 
                                      bei des Herzogs Leben, köstlich! Wollet 
                                      Ihr nicht auch ein Löffelchen zu Euch 
                                      nehmen, Aufseher des Palastes?"
                                      Dieser verbeugte sich, nahm den Löffel, 
                                      versuchte und war vor Vergnügen und 
                                      Lust außer sich. 
                                      "Eure Kunst in Ehren, lieber Frühstücksmacher, 
                                      Ihr seid ein erfahrener Koch; aber so herrlich 
                                      habt Ihr weder die Suppe noch die Hamburger 
                                      Klöße machen können!" 
                                      
                                      Auch der Koch kostete jetzt, schüttelte 
                                      dann dem Zwerg ehrfurchtsvoll die Hand und 
                                      sagte: "Kleiner! Du bist Meister in 
                                      der Kunst, ja, das Kräutlein Magentrost, 
                                      das gibt allem einen ganz eigenen Reiz." 
                                    
 
El cocinero 
                                    mayor hizo que un pinche de cocina le trajera 
                                    una cuchara de oro, la lavó en el arroyuelo 
                                    y la entregó al maestro primero de 
                                    cocina. Ëste se acercó al hogar 
                                    con semblante solemne, tomó de los 
                                    alimentos, probó, cerró los 
                                    ojos, chasqueó de placer la lengua 
                                    y luego dijo
                                    -¡delicioso! ¡Por la vida del 
                                    duque que está delicioso! ¿No 
                                    queréis tomar también una cucharadita, 
                                    veedor de palacio?
                                    Éste se inclinó, cogió 
                                    la cuchara, probó, y el placer y el 
                                    agrado lo pusieron fuera de sí.
                                    -con todos los respetos hacia vuestro arte, 
                                    querido preparador del desayuno, sois un cocinero 
                                    experimentado, pero con tanta finura no habéis 
                                    sabido hacer ni la sopa ni las albondiguillas 
                                    de Hamburgo.
                                    El cocinero probó también, después 
                                    estrechó respetuosamente la mano del 
                                    enano y dijo
                                    -pequeño, eres maestro en el arte; 
                                    sí, la hierba aliviaestómago 
                                    da a todo un toque muy peculiar.