Auch die
Flözer auf der andern Seite waren ein
Gegenstand seines Neides. Wenn diese Waldriesen
herüberkamen, mit stattlichen Kleidern,
und an Knöpfen, Schnallen und Ketten
einen halben Zentner Silber auf dem Leib
trugen, wenn sie mit ausgespreizten
Beinen und vornehmen Gesichtern dem
Tanz zuschauten , holländisch fluchten
und wie die vornehmsten Mynheers aus ellenlangen
kölnischen Pfeifen rauchten, da stellte
er sich als das vollendetste Bild eines
glücklichen Menschen solch einen Flözer
vor.
También
los almadieros que vivían al otro lado,
eran objeto de su envidia. Cuando estos gigantes
del bosque venían aquí con sus
vistosos trajes, llevando en botones, hebillas
y cadenas medio quintal de plata sobre su
cuerpo; cuando observaban, despatarrados y
con cara distinguida, el baile, maldecían
en holandés y fumaban en interminables
pipas de Colonia, como los Mynheers más
elegantes, él se imaginaba como la
imagen más acabada del hombre feliz
a un almadiero.
Und wenn diese Glücklichen dann
erst in die Taschen fuhren, ganze Hände
voll großer Taler herauslangten und
um Sechsbätzner würfelten, fünf
Gulden hin , zehn her, so wollten ihm
die Sinne vergehen, und er schlich trübselig
nach seiner Hütte; denn an manchem
Feiertagabend hatte er einen oder
den andern dieser »Holzherren«
mehr verspielen sehen, als der arme Vater
Munk in einem Jahr verdiente.
Y cuando estos seres felices metían
las manos en los bolsillos, sacándolas
llenas de táleros, y jugaban a los
dados por monedas de seis, cinco florines
de un lado, diez para otro, él se ponía
fuera de quicio y, desconsolado, marchaba
lentamente hacia su choza, pues alguna que
otra noche de fiesta había podido ver
cómo cualquiera de los "señores
madereros" perdía en el juego
más de lo que el pobre padre Munk hubiera
podido ganar en un año.
Es waren vorzüglich
drei dieser Männer, von welchen er
nicht wußte, welchen er am meisten
bewundern sollte. Der eine war ein dicker,
großer Mann mit rotem Gesicht und
galt für den reichsten Mann in der
Runde. Man hieß ihn den dicken Ezechiel.
Entre estos
hombres había tres y no sabía
cual de ellos debería admirar más.
Uno era un hombretón gordo, de cara
roja, que pasaba por ser el más rico
de la timba. Le llamaban Ezequiel el Gordo.