Hier wohnte
eine Frau mit ihrem Kater und ihrer Henne.
Und der Kater, welchen sie »Söhnchen«
nannte, konnte einen Buckel machen und schnurren;
er sprühte sogar Funken aber dann mußte
man ihn gegen die Haare streichen. Die Henne
hatte ganz kleine niedrige Beine, und deshalb
wurde sie »Küchelchen-Kurzbein«
genannt; sie legte gute Eier, und die Frau
liebte sie wie ihr eigenes Kind.
Am Morgen bemerkte man sogleich das fremde
Entlein; und der Kater begann zu schnurren
und die Henne zu glucken. »Was ist
das?«, sagte die Frau und sah sich
rings um; aber sie sah nicht gut, und so
glaubte sie, daß das Entlein eine
fette Ente sei, die sich verirrt habe.
»Das ist ja ein seltener Fang!«,
sagte sie. »Nun kann ich Enteneier
bekommen. Wenn es nur kein Enterich ist!
Das müssen wir erproben.« Und
so wurde das Entlein für drei Wochen
auf Probe angenommen; aber es kamen keine
Eier. Und der Kater war Herr im Hause, und die
Henne war die Dame, und immer sagte sie:»Wir
und die Welt!« Denn sie glaubte, daß
sie die Hälfte seien, und zwar bei
weitem die beste Hälfte.
Das Entlein glaubte, daß man auch
eine andere Meinung haben könne; aber
das litt die Henne nicht.
»Kannst du Eier legen?«, fragte
sie. »Nein!« »Nun, kann
wirst du die Güte haben, zu schweigen!«
En la
cabaña vivía una anciana con
su gato y su gallina. El gato, a quien la
anciana llamaba �Hijito�, sabía arquear
el lomo y ronronear; hasta era capaz de
echar chispas si lo frotaban a contrapelo.
La gallina tenía unas patas tan cortas
que le habían puesto por nombre �Chiquitita
Piernascortas�. Era una gran ponedora y
la anciana la quería como a su propia
hija.
Cuando llegó la mañana, el
gato y la gallina no tardaron en descubrir
al extraño patito. El gato lo saludó
ronroneando y la gallina con su cacareo.
-Pero, ¿qué pasa? -preguntó
la vieja, mirando a su alrededor. No andaba
muy bien de la vista, así que se
creyó que el patito feo era una pata
regordeta que se había perdido-.
¡Qué suerte! -dijo-. Ahora
tendremos huevos de pata. ¡Con tal
que no sea macho! Le daremos unos días
de prueba. Así que al patito le dieron
tres semanas de plazo para poner, al término
de las cuales, por supuesto, no había
ni rastros de huevo. Ahora bien, en aquella
casa el gato era el dueño y la gallina
la dueña, y siempre que hablaban
de sí mismos solían decir:
�Nosotros y el mundo�, porque opinaban que
ellos solos formaban la mitad del mundo
, y lo que es más, la mitad más
importante. Al patito le parecía
que sobre esto podía haber otras
opiniones, pero la gallina ni siquiera quiso
oírlo.
-¿Puedes poner huevos? -le preguntó.
-No. -Pues entonces, ¡cállate!