»Höre,
Kamerad!«, sagten sie, »du bist
so häßlich, daß ich dich
gut leiden mag; willst du mitziehen und
Zugvogel werden? Hier nahebei in einem andern
Moor gibt es einige süße, liebliche,
wilde Gänse, nämlich Fräuleins,
die alle »Rapp!« sagen können.
Du bist imstande, dein Glück dort zu
machen, so häßlich du auch bist!«
»Piff! Paff!«, ertönte
es eben, und beide wilde Gänseriche
fielen tot in das Schilf nieder, und das
Wasser wurde blutrot. »Piff! Paff«,
– erscholl es wieder und ganze Scharen
wilder Gänse flogen aus dem Schilf
auf. Und dann knallte es abermals. Es war
große Jagd, die Jäger lagen rings
um das Moor herum; ja, einige saßen
oben in den Baumzweigen, welche sich weit
über das Schilfrohr hinstreckten. Der
blaue Dampf zog gleich Wolken in die dunkeln
Bäume hinein und weit über das
Wasser hin; zum Moore kamen die Jagdhunde.
Platsch, Platsch, das Schilf und das Rohr
neigte sich nach allen Seiten. Das war ein
Schreck für das arme Entlein. Es wendete
den Kopf, um ihn unter den Flügel zu
stecken, aber in demselben Augenblick stand
ein fürchterlich großer Hund
dicht bei dem Entlein; die Zunge hing ihm
lang aus dem Halse heraus, und die Augen
leuchteten greulich häßlich;
er streckte seine Schnauze dem Entlein gerade
entgegen, zeigte ihm die scharfen Zähne
und ... platsch, platsch! ging er wieder,
ohne es zu packen.
-Mira, muchacho
-comenzaron diciéndole-, eres tan feo
que nos caes simpático. ¿Quieres
marcharte con nosotros y convertirte en ave
migratorio? No muy lejos, en otro pantano,
viven unas gansitas salvajes muy presentables,
todas solteras, que saben graznar espléndidamente.
Es la oportunidad de tu vida, feo y todo como
eres. -¡Bang, bang! -se escuchó
en ese instante por encima de ellos, y los
dos gansos cayeron muertos entre los juncos,
tiñendo el agua con su sangre. Al eco
de nuevos disparos se alzaron del pantano
las bandadas de gansos salvajes, con lo que
menudearon los tiros. Se había organizado
una importante cacería y los cazadores
rodeaban los pantanos; algunos hasta se habían
sentado en las ramas de los árboles
que se extendían sobre los juncos.
Nubes de humo azul se esparcieron por el oscuro
boscaje, y fueron a perderse lejos, sobre
el agua. Los perros de caza aparecieron chapaleando
entre el agua, y, a su avance, doblándose
aquí y allá las cañas
y los juncos. Aquello aterrorizó al
pobre patito feo, que ya se disponía
a ocultar la cabeza bajo el ala cuando apareció
junto a él un enorme y espantoso perro:
la lengua le colgaba fuera de la boca y sus
ojos miraban con brillo temible. Le acercó
el hocico, le enseñó sus agudos
dientes, y de pronto� ¡plaf!�
¡allá se fue otra vez sin tocarlo!