Da lag
eine große, weiße Marmorsäule,
die zu Boden gefallen und in drei Stücke
gesprungen war, aber zwischen diesen wuchsen
die schönsten großen, weißen
Blumen. Die Schwalbe flog mit Däumelinchen
hinunter und setzte sie auf eins der breiten
Blätter. Aber wie erstaunte diese!
Da saß ein kleiner Mann mitten in
der Blume, so weiß und durchsichtig,
als wäre er von Glas; die niedlichste
Goldkrone trug er auf dem Kopfe und die
herrlichsten, klaren Flügel an den
Schultern, er selbst war nicht größer
als Däumelinchen. Es war der Blumenelf.
In jeder Blume wohnte so ein kleiner Mann
oder eine Frau, aber dieser war der König
– über alle. »Gott, wie
ist er schön!«, flüsterte
Däumelinchen der Schwalbe zu. Der kleine
Prinz erschrak sehr über die Schwalbe,
denn sie war gegen ihn, der so klein und
fein war, ein Riesenvogel; aber als er Däumelinchen
erblickte, wurde er hocherfreut; sie war
das schönste Mädchen, das er je
gesehen hatte. Deswegen nahm er seine Goldkrone
vom Haupte und setzte sie ihr auf, fragte,
wie sie heiße und ob sie seine Frau
werden wolle, dann solle sie Königin
über alle Blumen werden! Ja, das war
wahrlich ein anderer Mann als der Sohn der
Kröte und der Maulwurf mit dem schwarzen
Samtpelze.
Sobre el suelo había una gran columna de mármol que al caer se había partido en tres pedazos, entre los cuales crecían las flores blancas más grandes y hermosas. La golondrina descendió con Pulgarcita sobre uno de los anchos pétalos. ¡Y cuál no sería su sorpresa al ver en el centro de la flor un tenue hombrecito, tan blanco y transparente como si estuviera hecho de cristal! Tenía sobre la cabeza una corona de oro, y en los hombros delicadísimas telas, y su tamaño no era mucho mayor que el de Pulgarcita. Era uno de los silfos, o espíritus de las flores; precisamente el rey de todos ellos.
-¡Qué hermoso es! -susurró Pulgarcita al oído de la golondrina.
El pequeño príncipe temió al principio la presencia del pájaro, que era como un gigante al lado de una criatura tan delicada como él. Pero al ver a Pulgarcita quedó encantado, y se dijo que era la más hermosa doncella que hubiera visto nunca. Entonces se quitó de la cabeza la corona de oro y la colocó sobre la de la niña; le preguntó su nombre y también si quería ser su esposa y reinar con él sobre las flores. Ciertamente, aquél era un esposo muy diferente del hijo del sapo, o del topo con su levita de piel y terciopelo.