Da ward
der Bruder Lustig bös und rief: »Holla,
ich will bald Ruhe stiften!« kriegte
ein Stuhlbein und schlug mitten hinein.
Aber neun Teufel gegen einen Soldaten war
doch zuviel, und wenn er auf den vordern
zuschlug, so packten ihn die andern hinten
bei den Haaren und rissen ihn erbärmlich.
»Teufelspack«, rief er, »jetzt
wird mirs zu arg; wartet aber! Alle neune
in meinen Ranzen hinein!«
Husch, steckten sie darin, und nun schnallte
er ihn zu und warf ihn in eine Ecke. Da
wars auf einmal still, und Bruder Lustig
legte sich wieder hin und schlief bis an
den hellen Morgen.
Nun kamen der Wirt und der Edelmann, dem
das Schloss gehörte, und wollten sehen,
wie es ihm ergangen wäre; als sie ihn
gesund und munter erblickten, erstaunten
sie und fragten:»Haben Euch denn die
Geister nichts getan?« »Warum
nicht gar,« antwortete Bruder Lustig,
»ich habe sie alle neune in meinem
Ranzen. Ihr könnt Euer Schloss wieder
ganz ruhig bewohnen, es wird von nun an
keiner mehr darin umgehen!«
Da dankte ihm der Edelmann, beschenkte ihn
reichlich und bat ihn, in seinen Diensten
zu bleiben, er wollte ihn auf sein Lebtag
versorgen.
»Nein,« antwortete er, »ich
bin an das Herumwandern gewöhnt, ich
will weiterziehen.«
Da ging der Bruder Lustig fort, trat in
eine Schmiede und legte den Ranzen, worin
die neun Teufel waren, auf den Amboss, und
bat den Schmied und seine Gesellen zuzuschlagen.
Die schlugen mit ihren großen Hämmern
aus allen Kräften zu, dass die Teufel
ein erbärmliches Gekreisch erhoben.
Wie er danach den Ranzen aufmachte, waren
achte tot, einer aber, der in einer Falte
gesessen hatte, war noch lebendig, schlüpfte
heraus und fuhr wieder in die Hölle.
Al fin,
Hermano Alegre se enfureció y les gritó
- ¡vaya, quiero meter paz en un momento!
-y, agarrando una pata de silla, arremetió
contra toda aquella caterva. Pero nueve diablos
eran demasiado para un solo soldado, y, a
pesar de que el hombre pegaba al que tenía
delante, los otros le tiraban de los cabellos
por detrás y lo dejaban hecho una lástima.
- ¡Gentuza del diablo! -exclamó,
esto pasa ya de la medida. ¡Ahora vais
a ver! ¡Todos a mi mochila!
¡Cataplum! ¡Ya todos estaban dentro!
Él ató la mochila y la echó
en un rincón. Instantáneamente
quedó todo en silencio, y Hermano Alegre,
echándose de nuevo, pudo dormir tranquilo
hasta bien entrada la mañana. Acudieron
entonces el hostelero y el noble propietario
del palacio y querían ver qué
tal le había ido la prueba, y, al encontrarlo
sano y satisfecho, le preguntaron admirados
- ¿no os han hecho nada los espíritus?
- ¡Cómo que no! -les respondió
Hermano Alegre, ahí los tengo a los
nueve en la mochila. Podéis instalaros
sin temor en vuestro palacio; desde hoy, ninguno
volverá a meterse en él.
Entonces el noble le dio las gracias, recompensándolo
ricamente y le propuso que se quedase a su
servicio, asegurándole que nada le
faltaría durante el resto de su vida.
- No -respondió, -estoy acostumbrado
a la vida de trotamundos y quiero seguirla.
Y se marchó, entró en una herrería,
y, poniendo la mochila que contenía
los nueve diablos sobre el yunque, pidió
al herrero y sus oficiales que empezasen a
martillazos con ella. Esos se pusieron a golpear
con grandes martillos y con todas sus fuerzas,
así que los diablos armaban un estrepitoso
griterío. Cuando, al fin, abrió
la mochila, ocho estaban muertos, pero uno,
que había logrado refugiarse en un
pliegue de la tela y seguía vivo, saltó
afuera y corrió a refugiarse al infierno.