Und dicht
neben der geängstigten Wikingerfrau
saß Klein-Helga in der häßlichen
Froschgestalt, auch sie zitterte und schmiegte
sich an die Pflegemutter, die sie auf ihren
Schoß nahm und sie liebevoll im Arme
hielt, wie häßlich ihr auch die
Froschhülle erschien.
Die Luft hallte wider von Schwerterklirren
und Keulenschlägen, und von sausenden
Pfeilen, die wie Hagelschauer über
sie hinstürmten. Die Stunde war gekommen,
da Himmel und Erde sich auftun, die Sterne
herabfallen, und alles im Feuer Suturs vergehen
sollte. Doch sie wußte, daß
ein neuer Himmel, eine neue Erde kommen
und Korn wiegen würde, wo jetzt das
Meer über den gelben Sandboden hinrollte,
daß der unnennbare Gott über
die Erde gebieten und Baldur, der milde,
liebreiche, erlöst aus den Reichen
des Todes, zu ihm aufsteigen würde.
Er kam, die Wikingerfrau sah ihn, sie erkannte
sein Antlitz – es war der christliche
Priester.
Y he aquí
que junto a la angustiada mujer del vikingo
estaba, sentada en el suelo, la pequeña
Helga en su figura de fea rana. También
ella temblaba y se arrimaba a su ama de cría.
Ésta la subió a su regazo y
la abrazó amorosamente, a pesar de
lo repulsiva que era en su envoltura de animal.
Resonaba el aire el golpear de espadas y porras
y el zumbar de las flechas, que pasaban como
una granizada. Había sonado la hora
en que iban a estallar el cielo y la tierra
y caer las estrellas en el fuego de Sutur,
donde todo se consumiría. Pero sabía
también que surgirían un nuevo
cielo y una nueva tierra, que las mieses ondearían
donde ahora el mar enfurecido se estrellaba
contra las amarillas arenas de la costa; sabía
que el Dios misterioso reinaría, y
que Baldur compasivo y amoroso, redimido del
reino de los muertos, subiría a Él.
Y vino; la mujer del vikingo lo vio y reconoció
su faz: era el sacerdote cristiano.