Die beiden
Leutchen hatten einen schönen Knaben,
angenehm von Gesicht, wohlgestaltet und
für das Alter von zwölf Jahren
schon ziemlich groß. Er pflegte gewöhnlich
bei der Mutter auf dem Gemüsemarkt
zu sitzen, und den Weibern oder Köchen,
die viel bei der Schustersfrau eingekauft
hatten, trug er wohl auch einen Teil der
Früchte nach Hause, und selten kam
er von einem solchen Gang zurück ohne
eine schöne Blume oder ein Stückchen
Geld oder Kuchen; denn die Herrschaften
dieser Köche sahen es gerne, wenn man
den schönen Knaben mit nach Hause brachte,
und beschenkten ihn immer reichlich.
Eines Tages saß die Frau des Schusters
wieder wie gewöhnlich auf dem Markte,
sie hatte vor sich einige Körbe mit
Kohl und anderm Gemüse, allerlei Kräuter
und Sämereien, auch in einem kleineren
Körbchen frühe Birnen, Äpfel
und Aprikosen. Der kleine Jakob, so hieß
der Knabe, saß neben ihr und rief
mit heller Stimme die Waren aus:"Hierher,
ihr Herren, seht, welch schöner Kohl,
wie wohlriechend diese Kräuter; frühe
Birnen, ihr Frauen, frühe Äpfel
und Aprikosen, wer kauft? Meine Mutter gibt
es wohlfeil." So rief der Knabe.
Da kam ein altes Weib über den Markt
her; sie sah etwas zerrissen und zerlumpt
aus, hatte ein kleines, spitziges Gesicht,
vom Alter ganz eingefurcht, rote Augen und
eine spitzige, gebogene Nase, die gegen
das Kinn hinabstrebte; sie ging an einem
langen Stock, und doch konnte man nicht
sagen, wie sie ging; denn sie hinkte und
rutschte und wankte; es war, als habe sie
Räder in den Beinen und könne
alle Augenblicke umstülpen und mit
der spitzigen Nase aufs Pflaster fallen.
Las dos
personas tenían un guapo mozo, de cara
agradable, bien proporcionado y, para sus
doce años, bastante alto ya.
Solía sentarse junto a su madre en
el mercado, y a las mujeres o a los cocineros
que habían comprado mucho a la mujer
del zapatero les llevaba a casa una parte
de la fruta, y pocas veces volvía de
uno de estos paseos sin una bella flor, una
monedilla o un pastel, pues los señores
de estos cocineros veían con agrado
que trajeran consigo a casa al guapo mozo
y siempre le hacían un buen regalo.
Un día, la mujer del zapatero estaba
sentada como de costumbre en el mercado, tenía
ante sí algunos cestos con col y otra
verdura, toda clase de hierbas y semillas,
y también, en un cestillo más
pequeño, peras, manzanas y albaricoques
tempranos. El pequeño Jacob, asó
se llamaba el chico, estaba sentado junto
a ella y pregonaba con voz clara las mercancías
-¡Para acá, señores! Mirad
qué hermosa col, qué aromáticas
hierbas; peras tempranas, señoras,
manzanas y albaricoques tempranos, ¿quién
compra? Mi madre lo da barato. Así
pregonaba el chico. Acercándose por
el mercado, apareció una mujer vieja;
parecía un tanto desharrapada y andrajosa,
tenía una cara pequeña, afilada,
toda arrugada por la edad, ojos enrojecidos
y una nariz puntiaguda, en forma de gancho,
apuntando hacia la barbilla; andaba con un
largo bastón, y, sin embargo, no se
podía decir cómo andaba, porque
iba cojeando, resbalando y bamboleándose,
como si tuviese ruedas en las piernas y pudiese
en todo momento volverse boca abajo y caerse
contra el adoquinado con su afilado nariz.